domingo, 18 de octubre de 2009

CAPITULO 3 (8/8)

Carla hablaba de tener una relación estable con un buen chico, divertido, con sentido del humor y responsable. Carla hablaba de sentar la cabeza, de tener una casa con un pequeño jardín, de sus deseos futuros de ser madre. ¿De verdad me estaba hablando de niños? Aunque fueran niños muy futuros como se empeñaba en enfatizar, hablaba de niños. Dejaría que hablara, después ya le dejaría claro que yo no era ese buen chico que andaba buscando. Al menos, no por ahora. Me sentía extraño allí sentado, con aquella buena chica delante de mí, confesándome sus sueños, los pequeños sueños de ser feliz, esos mismos sueños que en más de una ocasión se desvanecen. La miraba atento y me preguntaba qué era lo que estaba haciendo allí, escuchando, deseando estar en cualquier otro lugar menos donde estaba. Y no es que ella me resultara una compañía desagradable, lejos de eso, me parecía una chica amable. Pero me sentía totalmente fuera de lugar, tendría que imponerme y negarme a más citas del estilo. Esto no funcionaba, yo no funcionaba.
Rubén me solía decir que yo solo soñaba y que me había olvidado de vivir. Quizás fuera cierto. Me había abandonado a los sueños y soñaba despierto continuamente. Carla sería una buena opción en ese momento si quisiera vivir y dejar de soñar. Había algo en ella que me decía que era la clase de persona en quien se podía confiar, de aquellas que son fieles a la gente que quieren. Carla me había dado la impresión durante la cena de ser perfecta para mantener una relación seria y duradera. De esas que todos envidian por ser casi perfecta. Y digo casi porque nunca lo seria. Porque yo ansiaba algo más. Y entonces recordé mi sueño, el aspecto vulnerable y extrañado de aquella chica que se perdía en mis ojos. El momento en que la vi, viniendo hacía mí, en aquella amplia avenida, sintiendo la certeza de pertenecerle. Recordé cada detalle, cada momento y recordé el aspecto, sus largos rizos oscuros sobre su blanca piel y su tímida sonrisa. Entonces supe que tendría que hacer caso a los consejos de Rubén, tendría que dejar de soñar y dedicarme a vivir. Tenía la oportunidad perfecta delante de mí. Pero no sería hoy, no sería ahora.

domingo, 11 de octubre de 2009

CAPITULO 3 (7/8)

-¿Daniel? – Me preguntó alegre – soy Carla.
Mira que bien, me habían dado el visto bueno, por lo pronto tenía un aprobado y cuando se sentó a la mesa supe que mi nota iría en aumento a medida que pasarán las horas, por muy poco que me esforzara. Era la clase de chica a la que le gustaban los chicos como yo. De hecho yo era la clase de chico que por norma general solía gustar.
- Perdona el retraso, no encontraba el lugar, nunca había venido por aquí.
- Oh, tranquila, no llevaré más de 10 minutos esperando.
Vale, eso era una especie de saludo o presentación. ¿Y ahora qué? ¿Hablamos del tiempo? La pobre estaba un poco nerviosa, jugaba con sus dedos y se mordía el labio, supongo que en busca de algo que decir.
- ¿Qué te parece el lío en el que nos han metido? – pregunté, pero me arrepentí en el mismo momento en que pronuncié las palabras. Igual ella iba de buen grado, igual ella estaba deseando conocerme y enamorarse por fin.
- Bueno, sí, es cierto. Aún no sé ni cómo dejé que me convencieran. Pero aquí estoy.
Sonreí y asentí. Pues nada, igual era mejor que la conversación siguiera por ahí, en vista de que de momento no había ningún tema más.
- Así que eres amiga de Ana.
- Sí, trabajamos juntas en una imprenta durante dos años.
- Aha. Yo apenas la conozco, la habré visto en un par de ocasiones, una chica muy simpática. Su novio es hermano de un amigo mío.
- De Rubén, ¿verdad?
- Si, de Rubén.
Uf, la chica parecía maja, pero aquello estaba yendo muy mal. Paciencia, le daría una oportunidad, yo tampoco estaba muy lúcido. Gracias al señor, el camarero se acercó hasta nosotros y nos dio la carta.

- Espero que te guste la carta, no sabía muy bien donde ir y me pareció bastante aceptable este sitio. Lo único que espero es que no seas vegetariana.
No, no, esa cara que estaba poniendo… mierda, Rubén no me había dicho nada.

- Pues sí, ¡Vegetariana! – y señaló con sus manos hacia ella.- de hecho muy vegetariana. No como nada que provenga de animal, ni siquiera huevos.
Hasta a mi mismo me hubiera gustado ver la cara que tenía en esos momentos. ¿Vegetariana? ¿Qué clase de broma estúpida me había hecho Rubén? ¡Si odio las verduras! De habérmelo dicho, ni siquiera habría aceptado, ¿cómo iba a ir yo a un restaurante vegetariano? Vamos, del todo imposible. Bien, bueno, iba a dejar de pensar en chorradas, me centraría en el problema que tenía ahora. A ver, ¿Qué otras opciones había? Le tendría que preguntar a ella, no se me ocurría ningún lugar cercano donde podría comer esa muchacha.
- Pues tú dirás, porque no tengo ni idea de donde podríamos ir para que pudieras cenar. No me han dicho nada.- la vi medio sonreír tímidamente, como disculpándose.
- Tranquilo, el entrecotte me va bien. - ¿Cómo? Vale, me estaba tomando el pelo.
- Sí, creo que el entrecotte de alcachofa te gustará – dije riéndome.
A partir de ahí, la conversación fue más distendida y se nos pasó la tensión inicial. Hablamos un poco de todo, del trabajo, de nuestros hobbies, de los amigos y cuando ya habíamos acabado los postres y estábamos haciendo una pequeña sobremesa, ella me fue directa.
- ¿Qué esperas de hoy?
No puede ser que me esté preguntando eso. Joder. Como son las mujeres. ¿Y ahora que se supone que tengo que decirle? Uf…
- Mira, Carla, exactamente no sé muy bien qué es lo que espero.
- Solo preguntaba por curiosidad. ¿Por qué un chico como tu esta solo? ¿has tenido alguna mala experiencia?
Definitivamente este tipo de citas se habían acabado. Si yo no quería estar ahí.
- ¿Y tú? ¿Por qué una chica como tú esta sola? Sola y aceptando citas a ciegas. Yo podría haber sido un tío muy raro.- hice una mueca – En verdad, no quisiera hablar hoy de mi. Dime tú Carla, que es lo que esperas, porque buscas pareja y que quieres encontrar en ella.
Pues eso, que hable ella. Mientras me explique sus aspiraciones estaría distraída y yo lo único que tendría que hacer seria asentir y prestar un mínimo de atención.

domingo, 4 de octubre de 2009

CAPITULO 3 (6/8)

Ya casi eran las ocho de la tarde, había estado trabajando toda la tarde en otros dibujos que tenía por entregar la próxima semana y había empezado a echar una pequeña hojeada al libro del encargo de esa mañana. El tema que trataba no es que me fuera muy familiar ni atrayente, pero si conseguía meterme de lleno en la historia igual salía algo original y emotivo de mis creaciones.
Me dije que tenía que aparcar el tema del trabajo, al menos durante un rato, y me obligué a concentrarme en la muchacha con la que ese día había quedado. Me metí de nuevo en la ducha con muy pocas ganas porque las duchas con agua helada nunca habían sido lo mío. Salí tiritando, secándome a toda prisa con la toalla más grande que había encontrado por casa. Miré mi pierna izquierda, estaba bien, a pesar del percance de la mañana. A pesar de que sangró mucho, no era una herida muy profunda pero para más seguridad me acerqué a una farmacia a que me la miraran. Nada importante, me la desinfectaron bien y me la vendaron. Como me dolía un poco, me tomé un analgésico para evitar que el dolor se hiciera más intenso en plena velada.
Y ahora me encontraba delante del armario sin saber cómo vestirme. ¿Qué me ponía? ¿Tejanos? Igual era demasiado informal, pero al fin y al cabo yo más o menos siempre vestía con tejanos. Elegí unos tejanos negros y un jersey informal y juvenil. Cuando me miré al espejo me dije que estaba perfecto para el lugar al que íbamos. No desentonaba en absoluto.
Cogí mi cartera y comprobé el dinero que llevaba dentro. Todo estaba correcto.

Cuando llegué al restaurante eran ya casi las nueve de la noche e informé al metre que esperaba a una persona. La reserva estaba hecha a mi nombre, así que pedí que si preguntaban por mí, la acompañaran a la mesa, en previsión de que la chica en cuestión no tenía ni idea de cuál era mi aspecto físico.
Allí sentado, esperando, me sentí totalmente humillado. ¿Qué tendría que hacer ahora? ¿Esperar a que la chica me diera el visto bueno y no decidiera darme plantón? Ella claro estaba, jugaba con ventaja, porque podría verme antes de llegar a donde me encontraba. Por otra parte, no me importaba lo más mínimo si no se presentaba. Igual, incluso ni venía, ni siquiera se daría la oportunidad de verme antes de darse la vuelta y dejarme allí tirado. Pero algo me decía que sí lo haría, y en tal caso, estaba seguro de que vendría hasta la mesa con una enorme sonrisa de satisfacción y pensando en que su amiga tenía un muy buen gusto, que por la pinta que yo tenía, mi compañía seguro que era grata. Y eso fue lo que pasó, esa expresión fue la que vi cuando me saludó.

martes, 1 de septiembre de 2009

CAPITULO 3 (5/8)

Instintivamente dirigí mis pasos hacía la planta de abajo, para saludar a unos cuantos amigos que trabajaban allí. Los conocía de unos cuantos años, algunos de la facultad, otros de venir allí a entregar y ser compañeros de trabajo de mis amigos. El caso es que nos habíamos hecho todos colegas y compartíamos algunos hobbies juntos. A parte de muchas copas después de currar.
- Ehh, si está aquí Dani!!! ¿Pero que te ha pasado? ¿Y esos pequeños rasguños en la cara? - mis tres coleguillas se giraron de golpe a mirarme. Y empezaron a carcajearse a la vez que se me acercaban a darme golpetazos en la espalda y me daban la mano con gesto brusco. Como solíamos vamos. Lo raro fue que no me llamarán cabrón ni nada del estilo.
- Una caída. Peor tengo la pierna izquierda. Creo que tengo una herida que aún está sangrando pero no podía pararme. - seguían con su cara de burla.
- Si te lo tenemos dicho tío, que dejes la mierda de la bici esa, que te vas a matar un día de estos. Que cabrón que eres - ahí, cabrón, lo echaba de menos. - ¿Pero estás bien o qué?
- Joder pavo, ¿Que te sangra dices?- Rubén miró hacía mi pierna - ¡¡¡creo que te estás desangrando!!! Miradlo, que cabrón, que no eres Rambo tio!!!
Miré inmediatamente hacía mi pierna, y me sorprendí de ver que efectivamente la herida sangraba más de lo que creía. De hecho, hasta el momento solo me molestaba pero me empezaba a doler intensamente. La sangre había traspasado el pantalón tejano y se había formado una pequeña mancha rojo oscuro a la altura de la rodilla.
- Joder, vaya mierda. Pues entonces me he hecho más daño de lo que creía. Me voy a casa, si veo que me tienen que amputar me iré de urgencias. Ya os avisaré si mi vida corre peligro.
- Que hijo puta eres- Rubén era mi amigo de la facultad y quién más confianza tenía conmigo para hablarme como lo hacía.- eres capaz de presentarte aquí sin una pierna. Anda, vete para casa. Ya te llamo.
- La verdad era que venía para ver si quedamos para hacer unas cañas mañana o el jueves si os va mejor. - el miércoles me era imposible y hoy estaba claro que tampoco podía.
- ¡Por mi mejor el jueves! - Arnau alzó la voz para que pudiera oírle, porque se había retirado a la otra punta de donde estábamos Rubén y yo - que ayer me fui al fútbol y mi mujer me mata si me voy mañana de copas. Mejor dejar pasar unos días.
- Pues el jueves entonces - le contesté a la vez con la mano, para que también pudiera verme.
- Pues el jueves - me dijo Rubén, se giró y miró hacía los otros - Dani tendrá cosas que contarnos, hoy tiene la cita con la amiga de Ana.
Socorro, no. ¿Porqué habrá sacado el tema? uf, espero que Ana tenga buen gusto. La verdad es que la cita a la que había aceptado me parecía algo más que arriesgada. Para empezar Ana era la novia del hermano de Rubén, a la que yo había visto un par de veces. Esperaba que tuviera buen gusto, o no. Lo único que esperaba era que como mínimo fuera alguien agradable que me hiciera pasar ese trance lo mejor posible.
- Uh, uh, Dani tiene cita - dijeron a la vez - ¡¡a ver si esta te hace, chaval!! Que se nos agotan las ideas - pues a ver si se les agotaban ya de una vez, por favor.
- Si, si, a ver si Ana ha dado con la buena. Va, nos vemos el jueves, me voy que la pierna ya me está ardiendo. - me fui, deseando salir de allí, para evitar el tema. Si me hubiera quedado hubiera sido un infierno de bromas soeces. Así que huí como un cobarde.

miércoles, 5 de agosto de 2009

CAPITULO 3 (4/8)

Llamaron a la puerta, e inmediatamente entró el responsable de marketing y ventas. Un tío serio, pero parecía tener buen criterio. Nos levantamos en un acto reflejo y Tomeu nos presentó más formalmente, aunque ya lo tenía visto de habérmelo cruzado en varias ocasiones por los pasillos.
- Daniel, te presentó a Francisco Cabezas, Francisco te presento a Daniel Olid. - asentimos y nos dimos un apretón de manos. Volvimos a sentarnos en nuestros respectivos asientos y entonces Francisco cogió la palabra.
- Me alegra conocerte, había oído hablar mucho sobre ti. Eres uno de los preferidos de esta empresa. El caso es que estoy aquí para hacerte una propuesta.
- Usted dirá.- Tomeu sonreía sin parar, asintiendo y mirándome con aprobación.
- Hasta el momento solo has trabajado para esta empresa sobre libros infantiles. El caso es que he visto tus últimos dibujos y quisiera proponerte el que ilustraras una trilogía de literatura juvenil que tenemos pensado publicar dentro de dos meses. Sé que es poco tiempo, pero visto lo visto, quisiéramos ver tus propuestas. En caso de que nos gusten, el trabajo seria tuyo y podríamos posponer la publicación unas 2 o 3 semanas más. ¿Qué dices?
- Uf, la verdad es que es muy poco tiempo - empecé a divagar en mi cabeza. ¿Podría aceptar? ya había ilustrado libros de literatura juvenil en otras ocasiones para otras editoriales, pero el tiempo me parecía muy justo. – A ver, me seduce mucho la idea, pero tendría que leerme la trilogía entera antes de hacer ninguna propuesta - me giré hacía Tomeu - Tomeu ya sabe como trabajo, primero me leo los libros muy atentamente, casi los estudio y luego hago unos bocetos. Me gusta hacer una pequeña reunión para comentar mis impresiones.
- Piensa que la trilogía con la que trabajamos esta siendo un éxito en Inglaterra, su país de origen, la gente la está esperando y en caso de que aceptarás se te pagarían los bocetos. En caso de que el trabajo fuera tuyo, seriamos bastante generosos. Es una apuesta fuerte la que tenemos entre manos.
- Dani... acepta. - Tomeu entró en la conversación - es una muy buena oportunidad, créeme.
Seguí sopesando las opciones, tenía dos entregas más para la semana próxima, el cartel para la exposición de mi amigo para la siguiente. Una cuarta entrega para la editorial de manuales y tenía pendiente otra editorial, pero a esta última podría decirle que no llegaría al plazo señalado. Lo intentaría, tenía buena pinta.
- Bueno, estoy pensando en cómo organizarme y creo que podré hacerlo. Necesito eso si, un mes como mínimo para leer, hacer los bocetos, reunirme y presentar luego unos bocetos más definitivos.
Francisco Cabezas asintió, abrió su agenda y me miró luego:
- Justo un mes, no más. A ver, si estamos a 15 de Enero, tienes hasta el jueves 15 de Febrero. A las nueve de la mañana te quiero aquí, te reunirás conmigo, con el responsable de literatura juvenil y con Tomeu. Mi secretaria te pasará por email esta misma mañana los libros en formato electrónico. Cualquier consulta, ya sabes - y me dio su tarjeta. Dicho todo esto, se levantó y se excusó. Francisco desapareció en un momento. Tomeu sonreía complacido.
- Hazlo bien, Dani, hazlo muy, muy bien. Es una muy buena oportunidad, esos libros tienen mucho tirón y es muy posible que también lo tengan aquí.
- Veremos si soy capaz. Tengo otros trabajos que entregar. Espero tener tiempo para dedicarme en cuerpo y alma.
Tomeu se levantó, con su semblante de bonachón y se acercó a mí, que me había levantado también puesto que la reunión ya había finalizado y tendría que marcharme. Me dio una palmadita en la espalda y luego un buen apretón de manos. - Nos vemos pronto Dani.
- Gracias Tomeu. Por tu apoyo y tú ayuda. - Tomeu, con su cara de hombre honesto me miró con candidez, como un padre. Sabía que admiraba mi trabajo y me sentía agradecido por ello. Salí del despacho inmerso en cómo me las arreglaría para poder compaginar todo lo que tenía entre manos. Ilusionado también por el hecho de que me hubieran ofrecido un trabajo como aquél.

martes, 28 de julio de 2009

CAPITULO 3 (3/8)

- Llegas tarde Dani! - Jessica me recibió con una enorme sonrisa, lo cual agradecía, pero inmediatamente miró extrañada a mi cabeza - ¿Qué es lo que te ha pasado? ¡¡Nunca llegas con esas pintas!! ¿Es que no te has peinado esta mañana? o ¿has tenido algún pequeño percance? - mi secretaria preferida me miró burlona, su fina ironía siempre iba por los mismos derroteros. El pequeño percance al que se refería era la pregunta a si no me habían dejado dormir en toda la noche, si alguna chica había visitado mi cama. Adoraba a la pequeña Jessica, y ella me adoraba a mí, pero a veces me resultaba pesado el que se aliará con mis amigos para hacerme la vida imposible en cuanto al tema de buscar pareja se refería. A veces me preguntaba qué era lo que había hecho yo en otra vida para merecerme esto.

- Tranquila Jessica, sigues siendo mi chica. Ya sabes, llevo esperando años a que dejes al soso de tu novio y te cases conmigo. No hay nadie que me quite el sueño, de hecho esta noche he dormido mejor que bien. - esa frase me recordó en que estaba pensando cuando tuve el percance de la bici.

- ¡¡Venga ya!! - Jessica sonrió ampliamente, siempre lo hacía, siempre estaba de buen humor - entonces tendrás que decirme a que se debe ese desaliño que traes hoy contigo.

- Jessica, de verdad.... - me acerqué un poco a ella, como si quisiera susurrarle - me estas quitando la vida, no puedo pensar en nada más - le guiñé el ojo acompañando un mirada de seductor empedernido de película y sonreí y ella me giró la cara a modo de intentar un enfado. Pero ocultaba su risa divertida, una risa a la que respondí con otra - Nos vemos luego Jessica, voy a entregar mis dibujos.

- ¿Los que ya han visto toda la editorial? ¿Los que enviaste ayer por la noche?

- Exacto, pero no es lo mismo sin que el autor de tan magnificas ilustraciones haga acto de presencia. - me alejé sonriendo, intuía que mi trabajo había gustado tanto como yo esperaba. Me sentía francamente satisfecho de los dibujos que había hecho. Piqué a la puerta del despacho donde me esperaban, y abrí la puerta en cuanto me dieron paso.

- ¡Hombreee!, ¡Daniel!, por fin te tenemos aquí. Y por primera vez desde que nos conocemos con un poco de retraso. ¿Ha ocurrido algo? o ¿hemos de suponer que también eres humano y a veces también te duermes?- mi cliente, el jefe de la sección de libros infantiles de la editorial para la que trabaja, era bastante comprensivo con según qué temas, muy diferente a otros clientes de otras editoriales que siempre gruñían por cualquier motivo. En concreto pensaba en exactamente uno, pero hoy estaba delante de Tomeu, uno de los clientes con quien más a gusto trabajaba y por supuesto con quien más gratificante me resultaba mi trabajo.
-Nada importante Tomeu, un pequeño percance con la bici, casi me atropellan por un despiste mío. - Tomeu me miró con cara de preocupación y me adelanté a su pregunta - estoy bien, no ha sido nada, apenas unos rasguños. Lo peor es el susto y el tiempo que he perdido dejando la bici en el parking y alquilando otra para venir aquí. Espero que no te importe este pequeño retraso.
- Tranquilo, mientras tú estés bien, no hay problema. De igual forma la entrega ya la hiciste ayer por la noche. Y tengo que decirte, que esta vez nos has sorprendido. Pero siéntate, siéntate, hablemos con más calma. - respondí a su petición y me senté en uno de los sillones para las visitas. Enfrente de su enorme mesa de roble, y con él sentado en un sillón de cuero negro, con reposa cabeza. - Tengo que confesar que cuando nos dijiste que querías darle un toque más moderno a los libros nos embargó una sensación de inquietud. No sabíamos a ciencia cierta si tus ideas iban a ser un tanto demasiado innovadoras para unos cuentos clásicos. Pero tus dibujos, cuando los hemos visto esta mañana a primera hora... nos han encantado. Cierto es que ya nos habías pasado los bocetos para que tuviéramos una idea de lo que pretendías, pero las expectativas las has superado con creces. Estamos muy contentos.
- Muchas gracias, realmente yo también estoy muy satisfecho con el trabajo. Cuando me propusiste ilustrar los cuentos clásicos de toda la vida, los cuentos con los que crecí me frustré un poco. Pero los releí atentamente y entonces supe que cuentos así son inmortales y de la misma forma que formaron parte de mi infancia tenía que hacer que la formaran también de las nuevas generaciones. No podíamos dejar estos cuentos en manos de la nostalgia, que fueran unos libros que solo compraran unos padres por enseñar a sus hijos que crecieron con ellos. Tenía que conseguir que esos mismos padres quisieran que sus hijos crecieran sintiendo esos libros como parte de su niñez. Y que esos niños los sintieran suyos, de su generación, no de la de sus padres. Hacerlos no solamente inmortales sino universales. - Exacto. Solo con la portada ya llamaremos la atención. Y solo hojearlos un poco ya se ve el toque de luz y color, la vitalidad que desprenden. Repito, estamos muy contentos.

sábado, 18 de julio de 2009

CAPITULO 3 (2/8)

Andaba pedaleando subido a mi bici, absorto en mis pensamientos. Tenía la certeza de que había algo almacenado dentro de mi cabeza que no salía a la luz. Intentaba encontrar el hueco de mi memoria que me condujera a aquellos recuerdos que por algún motivo aún estando ahí, no se me mostraban claros. La sensación me extrañaba puesto que nunca antes me había pasado nada parecido, había en mí la certeza de que olvidada algo importante, pero no sabía qué. Repasé mentalmente todo cuanto había hecho por la mañana y volví a pensar a donde me dirigía. Había cogido mis portaplanos, donde llevaba los dibujos que tenía que entregar. Aunque previamente los enviaba por mail y luego me presentaba en la oficina para oficializar la entrega. Me gustaba hablar de las impresiones que me habían provocado la lectura del libro o el cuento en cuestión para dibujar las ilustraciones de una u otra manera. Divagué mentalmente si había hecho el envio. Si, lo había hecho y mis dibujos estaban dentro de los tubos, los cuales los llevaba a la espalda. Había cogido mi cartera y las llaves de casa. Recordaba también mi cita de esa noche, esa cita a la que me daba una pereza increíble acudir pero que iba solo para que mis amigos me dejaran en paz. Me resultaba insoportable el hecho de que me incitaran siempre a encontrar pareja y como yo no estaba por la labor, para ese día me habían concertado una cita a ciegas. En otro tiempo tendría pánico a algo parecido, pero áquel día no era el caso. Ya pasaba bastante del tema. Iba, cumplía y ellos se callaban por un tiempo hasta que volvían a la carga. Cediendo a sus citas y presentaciones habituales conseguía cierto tiempo de respiro. El caso era que lo recordaba, esa noche tenía una de esas citas propuestas y me había preocupado hacía ya un par o tres de días de hacer la reserva en el restaurante. No muy caro claro. Había pensado también en el posible local donde iríamos después a hacer unas copas si la cosa iba más o menos bien.
De repente me vino a la cabeza el despertador de esta mañana y la rabia con que lo apagué, con más furia de la habitual. Me quedé ahí, en ese momento y de pronto vislumbré una posible causa. Soñaba. Ya en la ducha intenté recordar. Soñaba con algo agradable, y ahora podía recordar algo como una avenida amplia, unos ojos mirándome expectantes, incrédulos, sorprendidos y entregados. Ahora recordaba unos cabellos rizados, y casi podía ver un rostro. Un segundo después me sacó de mi ensimismamiento el freno precipitado de una furgoneta y los gritos de un par de señoras. En décimas de segundo mi bici se fue al suelo y yo con ella y me vi abroncado casi instantáneamente.

- ¿Pero es que no ves por dónde vas? ¡Animal! ¡¡Que te has saltado un semáforo en rojo!! Tanto carril bici y tanta ostia con que no respetemos los ciclistas y ¿qué? ¡¡Saltándonos los semáforos!! Luego tendré yo la culpa.- Dicho esto el conductor se alejó en su furgoneta dedicándome su peor cara.
- Joven, ¿se encuentra usted bien? - me preguntó una amable señora mientras intentaba incorporarme. Por suerte había caído al lado de la acera, apartándome de la circulación y por muy poco del bordillo.
- Si, si, gracias. No se preocupe. No me he hecho daño, estoy bien. -miré a mi alrededor y busqué con la mirada mi mp3 que había salido volando por los aires. Lo encontré un poco más apartado de lo que esperaba, me fui hasta él y lo recogí. Intentaría arreglarlo pero era muy posible que tuviera que comprar otro.
-¿Seguro, muchacho? ¿Le ayudo a algo? Debería ir al médico, por si acaso.
-No gracias señora. De verdad que estoy bien, ha sido más el susto que otra cosa. - recogí mi bicicleta del suelo, el manillar estaba torcido y uno de los frenos no funcionaba muy bien. Me parecía increíble la manera en que había empezado el día, ahora me parecía una nimiez mi ducha fría como el hielo y mi no desayuno.Por suerte no había recorrido mucho trozo desde que salí de casa, así que volví lo más rápido que pude hacía el parking que quedaba a 20 metros de donde vivía. Dejé mi malherida bicicleta al lado de mi coche, porque no tenía tiempo de llevarla en ese mismo momento a reparar y tampoco quería dejarla en ese estado en la calle por miedo a que la urbana decidiera retirarla. Fiel a mi vena ciclista me dirigí lo más rápido que pude a un alquiler de bicis para reincorporarme a la circulación y llegar así a la editorial que esperaba mi visita.

jueves, 9 de julio de 2009

CAPITULO 3 (1/8)

EL LUNES DE DANIEL

Odiaba el ruido del despertador. Aunque por lo general no me costaba levantarme, esa mañana me molestó más de lo normal y tuve que reprimir el impulso de cogerlo y lanzarlo contra la pared. Destrozarlo, romperlo en mil pedazos como venganza por despertarme de forma tan abrupta. Me levanté de golpe de la cama, de un salto, gracias a la inestimable ayuda del despertador. La rabia hacía esas cosas, que te levantarás con brío matutino. Lo que la rabia no conseguía era quitarme el sueño que tenía encima. Cogí una toalla y me fui directo a la ducha. Allí intentaba recordar el sueño de esa noche. Un sueño que tuvo que ser agradable porque mi mente vagaba en mi memoria en busca de él. Mi cabeza debía de estar vacía esa mañana, y además tenía tanto sueño que mi cuerpo aún no se había puesto en marcha. Me llevé una mano a la cara porque aún estaba dormido y se me cerraban los parpados, mientras que con la otra abría el grifo del agua caliente.

-¡Me cago en la puta! ¡Víctor! – grité como un energúmeno pegando un salto para salir de la ducha. El agua, lejos de estar fría, estaba helada. Y el día no era de lo más propicio para ducharse con semejante temperatura.

- Lo siento – oí a través de la puerta – creo que la caldera se ha acabado de estropear, porque yo aún me he duchado con agua templada. Me voy que llego tarde a la facu.

La última frase la oí a lo lejos, seguida de un portazo. Luego ya se había ido. Muy típico de Víctor, salir corriendo. Ya volvería, ya tendríamos unas palabrillas aunque el muy cabrón sabía perfectamente que a la tarde, ya ni me acordaría de esa mañana. Me miré al espejo y mi cara era de fastidio, esa no era manera de empezar un lunes. Pero como ya estaba desnudo en la ducha lo más rápido seria acabar con lo empezado. Así que abrí el grifo y continué con la retahíla de insultos, gritos y gruñidos mientras el agua fría resbalaba por mi cuerpo. Era un tío duro, podría aguantar sin agua caliente ni calefacción hasta que arreglaran la caldera. Y por supuesto, una de las ventajas era la incuestionable certeza de que Víctor, al dejar de disfrutar de sus duchas calientes, dejaría de ocupar mi casa para volver con nuestros padres. Es decir, que tampoco me mataría mucho a la hora de darme prisa por llamar al técnico.
Salí ahora si, totalmente despierto y con las energías a tope del lavabo. Pero cuando llegué a la cocina y vi que Víctor, mi queridísimo hermano, se había bebido todo el café y las pocas pastas que quedaban (también había que decir que eran poco apetecibles porque llevaban como 4 o 5 días pululando por la cocina y estaban más duras que el Peñón de Gibraltar), le odié por dejarme sin desayuno, aunque fuera un desayuno de esa índole, y deseé haberme quedado sin calefacción mucho antes. Como me había levantado con el tiempo justo para irme, no pude poner otra cafetera. Decidí entonces que tomaría algo por el camino o después de la entrega. Así que cogí los tubos porta planos que contenían mis dibujos para colgármelos a la espalda y bajé a la calle donde me esperaba mi bicicleta.
La sorpresa fue que no me la hubieran robado, como venía siendo habitual. Comprobé los frenos y que más o menos toda ella estuviera bien. Me puse los auriculares de mi mp3, mi gorro de lana, mis guantes y me subí a la bici. Comencé a pedalear sin prisa, noté el aire gélido en mi cara y me embargó una sensación de auténtica libertad. Disfrutaba yendo en bici, ni las caídas ni el frío ni la insistencia de todos cuantos conocía de que fuera en coche, o transporte público me lograron convencer de dejar mi bici. Convertía los recorridos en un apacible paseo. Un paseo único para mi, y me alejaba del enjambre humano, donde ir a cualquier sitio constituía una autentica pesadilla de pisotazos y codazos. Demasiada gente para mi gusto, era preferible mi paseo en soledad.

domingo, 28 de junio de 2009

CAPITULO 2 (8/8)

Subimos en silencio hacia la oficina, por decirlo de alguna manera, porque aquella redacción donde trabajábamos era de las más pequeñas habidas y por haber.
La tarde pasó sin sobresaltos, Edu en su mundo medio amargado, Isa a su ritmo y sin hablarme casi y cuando lo hacía salía por su boca una especie de gruñido gutural un tanto desagradable y Sofía encerrada en su despacho. Lo único positivo era que nadie me molestaba.
Acabé de preparar la entrevista para el día siguiente, la imprimí y la metí en el bolso. Mañana me esperaba trabajo fuera de la redacción. Igual cuando llegará, los ánimos matutinos se habrían calmado y gozaríamos de un poco más de buen rollo.
Recogí mis cosas y abandoné mi trabajo tan contenta como había venido, aunque tenía cierto mal sabor de boca por cómo había transcurrido la jornada. Sin embargo, yo siempre pensaba que no iba a dejar que el trabajo me amargara, pasaba demasiadas horas ahí como para eso.
Caminaba ensimismada hacía la parada de autobús, pensando en todo cuanto tenía que hacer cuando llegara a casa. Me había olvidado traer conmigo la lista de la compra pero no recordaba nada de urgencia. Así que no me costó decidir que lo pospondría para el día siguiente. Me paré en seco y volví sobre mis pasos, me había pasado la papelería a la que tenía pensado ir. Lo había olvidado, mi cuaderno. Así que volví y entré. Como me ocurre en tantas otras ocasiones, cuando entro en una tienda me quedo fascinada mirando cuantos artículos, y esa no fue una vez diferente. Era prácticamente imposible no encontrar ahí cualquier artículo de papelería que se buscase.
Cuando estuve delante de la sección de libretas tuve un auténtico dilema para decidir con cual me quedaba. Así que opté por algo que no llamara mucho la atención para que no destacara entre los libros, papeles y demás que Saúl y yo teníamos por casa. Cogí una libreta típica de anillas, con una portada marrón achocolatada y hojas con cuadrícula. Mi libreta de sueños. De momento y para ser más exacta, mi libreta de sueño, puesto que solo había uno. Pero guardaba la esperanza de que fuesen más, a ser posible uno más, con eso ya me bastaría.
Estaba al lado de las cajas, esperando mi turno para pagar cuando me fijé en que tenían un mural de corcho donde se pegaban anuncios. Nunca me había fijado hasta ese momento. Quizás porque aquel día si hubo un anuncio que me llamó la atención. Era uno de esos cursos a los que me apuntaba siempre sin dudar: Curso de Globoflexia. Si, globoflexia, el arte de hacer figuras con globos. Uno de esos cursos que me parecían ideales para evadirme al salir del trabajo. Un curso perfecto para mí. Una oportunidad de distraerme, conocer gente nueva y salir de la rutina. Globoflexia. Me encantaba como sonaba.
Cogí uno de los papelillos con el número de teléfono que sobresalían del cártel. Pagué mi libretilla marrón y me fui hacía el metro pensando que quizás al final si había sido un buen día.

Cuando llegué al piso y vi la luz roja en el contestador, no pude reprimir una mueca de disgusto. No había llamada, de nuevo un simple mensaje. Pensé que ni falta hacía que le diera al botón para reproducirlo porque ya sabía que era lo que decía. Aún así, accioné el botón.

-“Hola cariño, el avión lleva retraso y hasta mañana a mediodía no llegamos. Pero ya sabes – aquí un pequeño silencio –yo hasta el miércoles no estaré en casa. Intentaré llamarte mañana. Te quiero. Un beso”

Lo apagué. Saúl siempre hacía eso. Había salido de viaje por cuestiones de trabajo y cuando su madre le obligaba a ir a casa antes de venir a nuestro piso, me dejaba un mísero mensaje en el contestador. Siempre lo hacía. Pero esta vez, a diferencia de las demás, fue la primera en que no me importó que lo hiciera. No me molestó en absoluto, ni su triste mensaje ni el hecho de que antes de verme a mí, tenía que ir a casa de su madre. Por una parte hasta me alegraba, la tarde seria para mí. Esa noche pondría la televisión en el canal que yo quisiera y eso implicaba ver mi serie favorita, la de la dentista psicópata. También podría poner la radio mientras escribía en mi nueva libreta y llamar al curso de globoflexia sin que Saúl gruñera a mi lado y me volviera a decir que era una adicta a cursillos inútiles.
Si, al final sería un buen día y me sentía pletórica y ansiosa porque llegara la hora de dormir para poder revivir mi sueño. De hecho, lo iba a revivir detalle tras detalle. Sonreí, abrí mi libreta y comencé a escribir.

jueves, 18 de junio de 2009

CAPITULO 2 (7/8)

¿Y yo esa mañana tenía ganas de llegar a la oficina en busca de calefacción? Tal y como estaba yendo la mañana más hubiera válido quedarme criogenizada. Criogenizarme. De pronto me pareció una muy buena idea. Si me criogenizaba ¿podría soñar? Dejó de parecerme tan buena idea cuando vislumbré una respuesta negativa a la pregunta. En fin, volví a mi tarea y decidí centrarme en la entrevista ya que mi nueva idea sobre los sueños podría dejarla para más adelante. Y entonces tuve una idea, si le daba igual a quien entrevistar, pues tendría una entrevista. Me conecté a Internet y envié un correo electrónico a la dirección que encontré solicitando una entrevista para mañana siguiente a primera hora. Cuando al rato recibí la confirmación en mi buzón de entrada, suspiré aliviada y acabé de preparar la dichosa entrevista. Miré el reloj y me apresuré a acabar otras tareas. Ya quedaba poco para salir a comer. Salir de ese búnker que era la oficina, respirar, charlar un ratillo y afrontar la tarde con nuevas miras.
Cuando fueron las dos de la tarde y yo estaba hambrienta y feliz de que hubiese llegado la hora de comer y tener la oportunidad de tomarnos un pequeño respiro, Isabel nos sorprendió diciendo que no venía a comer con nosotros. Otra vez más me volvía a premiar con uno de sus desplantes. Bien, entonces hoy iba a ser así, de mala luna todo el día. Así que Edu y yo salimos al encuentro de nuestro bar predilecto al que casi nunca podíamos ir con Isa. No es que no le gustara la comida, era que detestaba a la camarera. Edu y yo siempre bromeábamos con que nunca sabríamos los motivos de ese odio y que probablemente fuera secreto de estado pues hasta el momento Isabel nunca nos había dado ninguna pista de que era lo que realmente le molestaba de la chica.
- La ensalada y el plato especialidad del día – pedí – y agua por favor.
- Un poco de rancho para mí – dijo Edu. La amable camarera odiada por Isabel puso cara de no entender.
- ¡Edu! – exclamé
- Si es que a mí los días como hoy toda la comida me sabe así, a rancho.
- Ponle lo mismo que a mí, gracias.
La chica asintió pero casi pude oír sus pensamientos aludiendo al hecho de que Edu era uno de los clientes raritos que de vez en cuando asomaban por ahí.

- ¿Y entonces sabes si Sofía está más calmada? – me preguntó
- Bueno, pues no sé, la encontré llorando en su despacho y más suave que un guante después del geniazo de primera hora de la mañana.
- Está loca y nos va a volver a todos locos. Pero como mínimo se ha desdicho de lo que dijo primero, que fue una locura. Así que no iremos tan de culo.
- Ya… - empecé a sentirme agobiada de seguir en el trabajo –oye, Edu, cuéntame, ¿Cómo ha ido el finde?
- Pues como siempre, aburrido.
- Va, Edu, ¿Cómo? Algo habrás hecho.
- A parte de visitar a mi suegra al hospital y tener que hacer de canguro de mis sobrinos…
Edu parecía a veces amargado con su vida.
- ¿Y eso? – le pregunté para que la conversación siguiera por ahí, como mínimo sería mejor que hablar del trabajo, al menos para mí.
- Pues no sé qué cosa tenían que hacer los padres de los monstruos que nos los enchufaron a nosotros. Y se pasaron todo el domingo vomitando. Ha sido horrible, de verdad, aburrido y horrible.
- Vaya… bueno, yo tampoco hice gran cosa…
- Sí, pero al menos hiciste lo que te apetecía. Estoy tan harto…

Dicho esto Edu entró en una especie de viaje interior que lo mantuvo en silencio y apartado de mí durante todo el resto de la comida. Lo cual también era un poquito de agradecer, porque la conversación estaba derivando hacia un territorio un poco melodramático. Salir del fuego para meterme en las brasas; quizás fuera mejor que Edu se quedará ensimismado. No es que no me importaran sus problemas, después de varios años trabajando juntos, le tenía cierto aprecio, pero aquel día no me apetecía nada. Ese día yo me había levantado feliz y contenta y no iba a dejar que nadie me lo arruinara.
Lo que era bastante patente es que no estaba siendo un buen día para nada. Pero yo seguía en mis trece de conseguir que no me lo torcieran.

martes, 9 de junio de 2009

CAPITULO 2 (6/8)

Me levanté de un salto de la silla y me fui directa al despacho de Sofía. Pensé en ese momento que si todo el trabajo lo hacíamos nosotros, no sé qué hacia ella todo el día allí sentada, aparte de decidir si le gustaba o no lo que hacíamos nosotros. Iba tan centrada en mis pensamientos que abrí la puerta sin llamar antes. La encontré llorando, entre sollozos se secaba las lágrimas y se sonaba. Los ojos enrojecidos al límite y su cara… era un poema.

- So… fía… - pude articular – siento no haber llamado. No sé como…
- Dime – dijo recomponiéndose.
- He pensado en que en lugar de poner aquel artículo de los rollos de una noche, podríamos poner un reportajillo sobre los sueños.
- ¿Sueños? – me miró incrédula
- Si, ya sabes, sobre las distintas clases de sueños. Los que tenemos dormidos y los que tenemos despiertos. Podríamos hacer un par o tres de reportajes, y publicar uno cada semana.
- Está bien, parece interesante – dijo suspirando e intentando controlar su llanto – puedes empezar a trabajar en él. No hace falta que sea para este viernes.
- De acuerdo – me giré para irme, pero volví sobre mis pasos - ¿Estás bien? Si hay algo que pueda hacer por ti…
- Tranquila, no es nada que no tenga solución. Por cierto, olvida lo que te dije antes. Hacedme la propuesta del viernes. Me lo volveré a mirar y esta vez no seré tan radical.

Eso estaba bien, olvidar lo que me dijo esta mañana sería fácil teniendo en cuenta que apenas recordaba nada de lo que me dijo. Técnicamente sería más correcto decir que no recordaba porque no había escuchado ni una de sus palabras.
Su cambio de humor me dejó tan parada que tuve que parpadear dos veces antes de contestar.
- Vale, luego más tarde, cuando acabemos me pasó y te cuento y te miras la propuesta.

Salí del despacho como si me hubiera tomado alguna sustancia química que me hacía ver y oír cosas extrañas. Ahora sí que me había descolocado Sofía. Un cambio de humor muy peculiar, normalmente el modo perro le duraba una semana como mínimo y luego volvía en si como una auténtica ovejita. Pero esa vez, esa vez sí que me había sorprendido. Me dirigí a mi mesa como una autómata, como si no pudiera ver, como un robot y me senté de golpe mirando a la nada, al infinito. Procesé la información en mi cerebro ¿Qué hago? No, esa no era la pregunta, la pregunta era ¿esta mujer tiene doble personalidad? ¿O solo se ha propuesto volverme loca? Sopesé las opciones y decidí que solo por ese día, la válida era la segunda opción, ya llegaría a otras conclusiones a medida que pasara el día.
Volviendo al trabajo decidí que lo más inteligente era incluir algunas de las cosas nuevas que quería y dejar otras muchas que ya teníamos preparadas. Básicamente por si le daba por cambiar a modo perro otra vez.

- Edu, Isa… - empecé a decir – Sofía ha cambiado de opinión. Para nuestra suerte, ya no quiere tantos cambios. Así que lo dejo en vuestras manos, de lo que tengáis quedaos con la mitad. La otra lo que os he dicho.

Eduardo se asomó por encima de su pantalla para verme la cara, trabajábamos frente a frente.

- Esto es un cachondeo, lo sabes ¿no? – me dijo – al final no vamos a llegar. Esta mujer es peor que una veleta. Vamos a acabar mal, os lo digo desde ya.
- Bueno, y ahora ¿Qué le pasa? – Isa me miró inquieta - ¿vamos a estar todo el día así? ¿Sin saber qué hacer? ¿Ahora una cosa y después la otra?
- Creo que lo que le presentemos le parecerá bien. ¿Un pequeño esfuerzo más? – pregunté con una mueca.
- Qué remedio. Acabo lo que estaba haciendo y a la tarde te lo miras.

Isa no contestó, se fue a su mesa sin pronunciar palabra. Me culpaba de los cambios de humor de Sofía. Supongo que pensaba que tendría que tener más carácter para hacerle frente. Que tendría que imponerme. No dejar que mangonease nuestro trabajo de la manera en que lo hacía. Pero aparte de que no era capaz cuando Sofía venia en ese plan, tampoco tenía mucho interés puesto que el trabajo tampoco me hacía sentirme muy realizada. Me daba un poco lo mismo ¿Para qué luchar entonces? Y también influía el hecho de que sentía cierta simpatía por Sofía y me sabía mal por el tormento por el que le hacía pasar su carácter tan histriónico. Pero mis no-enfrentamientos con Sofía me hacían topar con la indiferencia y el reproche silencioso de Isabel.




domingo, 7 de junio de 2009

CAPITULO 2 (5/8)

Dicho esto me fui a mi mesa y me llevé las manos a la cabeza. Socorro, quería gritar, pero teniendo en cuenta a mis compañeros, decidí sufrir en silencio mi desaliento. ¿Y de dónde sacaba yo un ídolo juvenil para ya? Decidí empezar por lo fácil, es decir, cambiar los artículos que no le gustaban. Como el periodismo que ofrecíamos se podía decir que no era de lo mejor, decidí consultar algunos otros que se parecían a lo que Sofía quería. Total, hacía un montón de meses que los publicamos. La gente no se acuerda y a parte de facilitarme el trabajo, ganaba un montón de tiempo para dedicarme a buscar mi entrevistado y preparar la entrevista.
Me puse manos a la obra, concentrándome lo más posible, aunque era un poco complicado oyendo a Isa maldecir constantemente. Crucé los dedos para que ese día justamente Isa no tuviera ningún percance con el ordenador, como llevaba ocurriéndole semanas atrás cada dos por tres. Eduardo era un ser pesimista por naturaleza pero cuando estaba inmerso en el trabajo nunca se quejaba, lo cual agradecía. A mí, el trabajo que hacía estaba lejos de gustarme pero de los tres, Edu era el que más lo aborrecía. Siempre decía que se sentía como si se prostituyera. Aunque yo no lo veía de esa manera.
Cuando llevaba varias horas tecleando no pude evitar pegarme un pequeño respiro. Me conecte a Internet y cuando tuve delante de mí la página de Google, instintivamente teclee: interpretación de sueños. Yo misma me sorprendí buscando algo así, pero lo cierto era que mi sueño de esa noche aún dormía en mi subconsciente y salía a flote en cualquier momento. Me recordé comprar esa tarde algún cuaderno para anotarlo con todo lujo de detalles porque en mi latía la esperanza de volver a tener más sueños como ese y poder también escribirlos.
Por supuesto, en mi búsqueda internauta no tuve mucho éxito con mi sueño. A parte de que era algo que podría estar anidando en mi subconsciente y que éste lo reproducía en forma de sueños, nada más. Me quedé en la inopia recordando, ojala pudiera de alguna manera volver ahí. Tendría que existir alguna forma de forzar los sueños. Pero como no la había…
Pensé que a veces los sueños son el motor de nuestra vida. Siempre son sueños los que nos llevan en una dirección o en otra. O sueños imposibles que nos hacen evadirnos de nuestra simple realidad. O simplemente son sueños que nos dibujan una sonrisa.

jueves, 28 de mayo de 2009

CAPITULO 2 (4/8)

Salí del despacho como si me hubieran condenado a cadena perpetua con grilletes incluidos. Debía de tener al menos esa expresión en la cara a tenor de cómo me miraban mis compañeros:

- ¡Por dios, que cara! ¿Tan malo ha sido? – preguntó Isabel, que se había quedado de pie petrificada mirándome, cuando se dirigía a hacer unas fotocopias.

- ¡Bastante! Habrá… que currar… mucho –dije, lo que no expresé fue mi opinión personal sobre nuestra jefa. Nuestro trabajo se iba haciendo en previsión de una entrega los viernes por la mañana, porque nuestra revista salía a la venta los miércoles. Así que todo lo que teníamos hasta ese momento, con más de una semana de antelación, a nuestra querida jefa no le gustaba y pretendía cambiar casi toda la plantilla que teníamos para ese viernes.

- Seguro que es peor de lo que dices – Edu tenía la costumbre de hablar con nosotras sin apartar la mirada de la pantalla, mientras tecleaba.

- Bueno, a ver. ¿Cómo os lo digo?

- Como es, sin rodeos, rápido y sin dolor, a ser posible – soltó Edu, de nuevo mirando a la pantalla.

Él lo ha querido.

- Toda la semana de trabajo no nos sirve de nada. Tenemos que reestructurar todo, cambiar artículos que no le gustan, otros los ha suprimido por otros temas y… si es posible deberíamos intentar meter una entrevista con algún actor de moda. El que sea, no importa quién, pero quiere entrevista.

- ¿Cómo? – exclamaron los dos a la vez – pero, pero eso es imposible ¿Cómo vamos a hacer todo ese trabajo en cuatro días? ¿es que se ha vuelto loca? Y la publicación de la semana que viene ¿Qué? Vamos a tener que ir de culo más de un mes. – Isabel estaba que pensé que no habría forma de calmarla.

Edu se levantó, se me acercó, miró las hojas donde tenía apuntados los cambios y me dijo:

- ¡Reparte el trabajo, ya! ¿Qué tengo que hacer? Mientras antes empecemos… creo que vamos a perder unas cuantas horas de sueño, pero más vale ahora que retrasar las siguientes, sino será como el pez que se muerde la cola.
- Gracias Edu, agradezco tu entrega.
- ¡Esto me parece increíble! ¿Quiere torturarnos o qué? ¡pero qué más dará un artículo que otro! – Isabel se sentó delante de su mesa enfadada. Y yo me acerqué.
- Isa… tenemos que ser un equipo ahora más que nunca. Tenemos que sacarlo a delante – cogí un papel y escribí en él – estás serán tus tareas. Ya sabes, cualquier duda, cualquier cosa… me lo dices. Si hay algo que no quieras hacer intentaremos cambiarlo ¡Edu! – me giré hacia él – lo mismo te digo.

CAPITULO 2 (3/8)

Puse los ojos en blanco y salí hacía su despacho, hacía lo que me pareció en ese momento las catacumbas del mismísimo infierno. Bueno, quizás no era para tanto, pero odiaba el mal humor los lunes por la mañana y más cuando ensombrecían mis mejores días.
Suspiré antes de abrir la puerta en un impulso de controlar mi estado de ánimo, sería mejor no entrar con una sonrisa en los labios, fuera a ser que desatara aún más el huracán incontrolado. Sofía, mi jefa, era así, sus malos días tenían que ser malos para todos y lo bueno es que sus buenos días también los compartía aunque no te importarán absolutamente nada.
Entré lo más seria que pude y saludé de forma indiferente.

- Buenos días, Sofía – le dije – tú dirás.
- ¡Esto es un desastre! ¡Todo es un desastre! ¡TODO! – empezó a subir el tono - ¿Pero qué he hecho yo para merecer esto? ¿Cómo os tengo que decir las cosas?
- ¿Qué ocurre Sofía? ¿Me lo puedes explicar? No sé de que hablas.
- ¿Dónde está el artículo que os pedí? Aquel artículo sobre ¿Cómo ligar en la disco con el tío más cañón? ¡Ese y todos los demás!
- Sofí…
- ¡No está encima de mi mesa! ¡¡ Y además el artículo sobre granos de acné y soluciones de emergencia es una mierda!!!
- Sof…
- Os pedí, os pedí un reportaje de 2 páginas, dos páginas, sobre los revolcones en los probadores… y… bla bla blablabla, bla, bla blablablabla blabla bla blabla bla…

Sofía volvía imposible de su fin de semana, aquello era terrible. Significaba que hasta la semana siguiente no volvería a su estado natural. En fin, me alié con mi piloto automático (el cual era de mucha ayuda y realmente muy útil en esos casos) para parecer realmente preocupada por lo que me decía. De hecho, intentaba cerrar mis oídos mientras asentía con la cabeza para evitar escuchar según qué. Ya tenía suficiente con el trabajo que tenia para que encima me explotara en la cara. Revolcones en los probadores… pensé que dentro de poco ganaría un premio Pulitzer. No es que aspirara a algo como eso, pero los artículos que escribíamos, bueno, no sabría como describirlos exactamente. Profundos no sería la palabra exacta. Tenía claro que mi próximo proyecto seria buscar otro trabajo, al menos uno que no atrofiara mi cerebro escribiendo una y otra vez ese tipo de cosas. Luego, por otra parte siempre pensaba que esos artículos, como mínimo, cumplían su cometido, que era entretener y divertir. Por otro lado, también estaba claro que no podría dedicarme toda la vida a eso, porque cuando tuviera 20 años más no podría pensar en que les gustaría a los chicos y chicas de 17 años. 20 años más, ¿me veía a mi misma aquí durante 20 años más? No, no, no, no podía ser, definitivamente, en un corto plazo de tiempo tendría que ponerme a buscar trabajo.
- Y entonces cuando lo hayas escrito, me lo pasas sin demora alguna a la hora que te he dicho ¿De acuerdo? – Sofía acabó su retahíla un poco más calmada. Pero… de acuerdo ¿Qué? Me había dedicado demasiado a pensar en mis cosas y había olvidado desactivar mi piloto automático en el momento justo. ¿Ahora que iba a decirle? ¿Que no había escuchado ni una sola palabra de lo que me había dicho? ¿Que su bronca no había servido de nada y no tenía ni idea de qué era lo que tenía que hacer?
- Sofía, perdóname, pero hoy no estoy muy lucida, creo que estoy incubando un catarro. ¿Podrías repetirme lo que quieres?, es solo para apuntarlo y que no se me olvide nada – puse de cara de cordero degollado intentando hacer lo mejor posible su trabajo.

No coló, Sofía se puso roja de furia y pensé que iba a estallar en mil pedazos cuando sonó su teléfono móvil. Miró la pantalla y reconoció quien llamaba, se calmó, cambió su expresión, que adopto un rictus de satisfacción. Me miró y dijo:

- Bien, a ver, apunta.

martes, 26 de mayo de 2009

CAPITULO 2 (2/8)

Así que estábamos a primera hora de la mañana del lunes y agradecía enormemente la calefacción. Llegué pegando saltitos por la oficina del frío que traía y me apresuré a quitarme la chaqueta para salir disparada a la máquina de café. O la máquina que hacía aquello que parecía café.

- Cualquier día de estos nos intoxicaremos – reconocí a mi espalda la voz de mi compañero Eduardo, la persona menos optimista que yo había conocido nunca.- en serio, saldremos en las noticias, hasta puedo imaginar el titular
- Si no hemos muerto ya después de tanto tiempo o hemos desarrollado una especie de mutación que nos inmuniza contra lo que sea esto que bebemos o nos queda poco tiempo de vida – le contesté riendo.
- No sé cómo puedes estar de buen humor, es lunes por la mañana, hace mucho frío y estas bebiendo… eso – me dijo resignado y a la vez con cierto grado de envidia porque para él los lunes por la mañana tenían prohibido su buen humor.
- Por cierto… ¡Buenos días, Edu! – me reí – voy a mi mesa, a ver si empiezo con las pilas cargadas, luego en el próximo descanso me cuentas tu finde.
- Si, luego hablamos. Pero te advierto que hoy va a ser un día durillo. Tú no la has visto entrar, Helen, pero… - y esto me lo dijo acercándose a mi oído y casi susurrando – Sofía ha venido con un humor de perros. Tormenta a la vista.

¡Noooo! ¡Dios, no! Con lo contenta que venía yo esa mañana. Vaya, si Sofía, mi jefa, venía con un humor de perros, entonces mal rollo. Todo le parecería mal y todo lo que tuviéramos hecho habría que rehacerlo. Mierda. Iba a ser muy posible que saliéramos tarde y justo ese día que tenía pensado salir un poco antes.
Bueno, valor y al toro. Me dirigí a mi mesa y me senté con cuidado. Encendí mi ordenador y reorganicé mis cosas. Miré el calendario y los post its que tenía enfrente. Cuando algo no quería que se me olvidará bajo ningún concepto lo escribía ahí y lo pegaba donde siempre pudiera verlos. Suspiré y cogí el vaso de café entre mis manos para calentármelas. Miré la pantalla fijándome en los avisos de las tareas por hacer. Duré dos segundos como máximo, mi mente se iba hacía otro lado, hacía mi sueño de esa noche y hacía la sensación de bienestar que me reportó.

-¡¡¡Helenaaa!!!
¿Podía gritar más fuerte? ¿Era necesario? Hasta ese día mis oídos aún funcionaban a la perfección, pero mi jefa se empeñaba en gritar como si fuera sorda.
-¿Si, Sofía? – contesté amablemente.
- ¡Ven inmediatamente a mi despacho! – gritó de nuevo

CAPITULO 2 (1/8)

EL LUNES DE HELENA

Maldición, había sido un sueño. Bueno, por lo menos, hacia mucho que no tenía uno agradable, y mucho menos uno así de agradable. Qué pena que todo fuera un sueño, la vida real tendría que tener ese tipo de sensaciones, aunque solo fueran unos días, aunque solo fueran unas horas.
¿De verdad tenía que levantarme de la cama? quizás si volvía a cerrar los ojos podría concentrarme en volver otra vez allí, donde estaba, en el mismísimo cielo sagrado, al lado de aquel ángel con la mirada más dulce que yo jamás había visto. Por más que lo intenté, nada, que mala suerte la mía, definitivamente el sueño había acabado, ahora solo me quedaban los recuerdos. Pero me quedaba una extraña sensación, parecían recuerdos de algo realmente vivido. Hasta ese momento no sabía que se podían tener sueños tan intensamente reales en cuanto a sensaciones se refiere. Decidí que lo guardaría en un rinconcito de mi memoria, porque no creía volver a tener ninguno más de semejante estilo.
Estaba claro que tenía que levantarme, ohhhh, ¿porque tenía que hacer tanto frío? ¿Porque, porque?? Me tenía que levantar y de verdad, si me demoraba más llegaría tarde, porque estaba claro que en la ducha no me iba a dar prisa... en cuanto estuviera allí bajo el agua calentita, me quedaría más tiempo del que debería.
Afortunadamente el cuerpo me respondió mejor de lo que creía y pude salir de casa con el suficiente tiempo como para llegar puntual. Cuando salí del metro hice una mueca con los dientes porque esa mañana hacía el suficiente frío como para desear llegar al trabajo. Y me daba igual que fuera lunes, porque todos los días para mí eran iguales. La rutina se había apoderado de mi vida vilmente y tenía pensado quedarse indefinidamente, o así me lo parecía. Nada hacía presagiar que algo fuera a cambiar. Del trabajo a casa, de casa al trabajo, algunas copas por la tarde y los fines de semana… bueno los fines de semana eran lo típicos fines de semana familiares. Es decir, que prefería el resto de la semana, mi trabajo y mi jefa malhumorada. Pero tampoco tenía mucho de qué quejarme, vivía prácticamente sola, mi novio me quería y no tenía problemas importantes de ningún tipo. Lo que se dice una vida sencilla sin grandes altibajos. Común, rutinaria y, me atrevería a decir, que hasta mediocre.

domingo, 24 de mayo de 2009

CAPITULO 1 (1.3)

Pude oír dentro de mi cabeza mi propia voz, alarmada me decía que me alejara: “márchate, olvídate del muchacho de ojos grises”. Y todo empezó a darme vueltas y una gran angustia se apoderó de mí. Podía sentir que me faltaba el aire, casi no podía respirar, mis pulmones no reaccionaban, como si se negaran a tomar el aire dado. Las palabras se amontonaban en mi mente y se repetían una y otra vez dentro de mi cabeza, una y otra vez, una y otra vez sin parar. Y el aire no llegaba. Maldita sea, no llegaba. ¿Pero cómo era posible? En un momento estaba en el mismo cielo al lado de un ángel y al instante siguiente estaba inmersa en una pequeña pesadilla propia. ¿Pero que le pasaba al aire y a mis pulmones que de repente se habían vuelto enemigos? Miré a mi ángel a la cara, aterrada; con expresión de súplica. No te vayas – quería gritar- no te alejes de mi. Si voy a morir ahogada quiero que sea junto a ti. ¡Oh, por Dios! Esto aún era peor, quería que mis últimos momentos fueran al lado de aquel muchacho que ahora me miraba con la misma cara de terror que yo a él.

Le veía gritar, al menos, movía sus labios, pero yo no podía oírle. Empezaba a emborronarse la imagen… y me precipité a la puerta con auténtica desesperación. Una vez fuera el aire inundó por completo mis pulmones y la angustia remitió. Aún así había una cierta pesadumbre que continuaba acompañándome. Continué caminando, deseando alejarme lo más posible de aquel lugar y de él, deseando olvidar aquellas palabras que resonaban como un eco dentro de mí. Pensé que si me alejaba, ellas se alejarían también, se marcharían. Pero no, su lejano eco se vino conmigo. Seguía diligente hacia la nada, sin rumbo, abrumada cuando alguien me asió fuertemente del brazo y me detuvo.
Me abrazó de modo protector y yo me dejé y me abandoné al calor de sus brazos, como una niña que se aferra a los brazos de su padre para sentirse protegida y segura.
Me apartó y me guiñó un ojo con la voluntad de borrar de mi rostro la enorme preocupación que había hecho mella en mí.
- ¡Mira! ¡Pruébatelo! – sacó de su bolsillo una caja, había comprado un anillo para mí en aquella bonita joyería. Tenían sus ojos un brillo especial que interpreté como ilusión. Sus manos seguras cogieron las mías que eran temblorosas e inseguras. Miré la caja dudando, miré el anillo dudando, miré sus manos dudando, miré sus ojos y cuando los vi, entonces dejé de dudar.
- Ahora es tuyo – y asintió con la cabeza.

Y entonces en ese preciso momento, en el cual yo me sentía enormemente feliz, en ese momento en que aquel ángel me había dicho tanto con tan poco, en ese momento, desperté.

CAPITULO 1 (1.2)

Era indescriptible la sensación que experimenté en esos momentos cuando aquél al que había desdibujado pisadas atrás, me miró como lo hizo. Se acercó a mí y me rodeó con sus brazos, me susurró algo al oído que no pude entender porque me hallaba totalmente alucinada. Cuando nos separamos para mirarnos no pude entender. ¿Quién era aquel muchacho? Ese chico ¿era mi amado? Por la pinta que tenia de verdad que podía serlo. Por las sensaciones que me transmitía, más aún. Me cogió de la mano y me arrastró con entusiasmo por aquella magnífica avenida.
Me sentía cómoda en su compañía, extrañamente cómoda. Por lo visto no era la primera vez que nos veíamos pero estaba claro que yo los otros momentos me los había perdido. Pero no me importaba, me dediqué a disfrutar del momento.
Parados los dos, de pie frente al hermoso escaparate de una antigua y acogedora joyería, mientras yo observaba las piezas que se mostraban, él no paraba de mirarme y sonreír. Yo le observaba entre divertida, halagada y asombrada ¿Quien era? ¿Se suponía que le conocía? Sin embargo por otra parte, me sentía muy a gusto a su lado aunque sentía cierto recelo, no sabía a ciencia cierta si lo que estaba viviendo era real. Evité mostrarme distante porque comprendí que no deseaba que se alejara de mí. Sus ojos se fijaron en los míos y yo le correspondí con la esperanza de descubrir algo más. Podía intuir lo que se me brindaba, apenas un susurro de sus labios había bastado para descolocarme cuando se acercó a mí la primera vez. Ahora, quieta en la profundidad de sus ojos, podía ver, podía ver más allá de ellos, más allá de su rostro, más allá de sus palabras amables y sus gestos seguros. Podía ver su alma pura y cristalina y más hermosa que cualquier cosa que yo hubiera visto antes. ¿Acaso era un ángel quién estaba a mi lado?
Solo fue un instante, apenas unos segundos en nuestra mutua observación que nos había aislado de todo cuanto había a nuestro alrededor, pero me bastó para comprender. Eso era lo que yo anhelaba. Anhelaba pertenecer a esos ojos. Anhelaba ese momento de intenso fuego entre nuestras miradas. Ese instante de palabras silenciadas pero intensas. Me dedicó una sonrisa y apartó la mirada abrumado por la intensidad que había alcanzado ese pequeño momento.

CAPITULO 1 (1.1)

Me sentía flotar. Hacía demasiado tiempo que no me sentía así. La atmósfera que me envolvía era realmente agradable, notaba que el aire revoloteaba acariciándome y me sentía totalmente despreocupada de todo cuanto pudiera haber a mi alrededor. Advertí que posiblemente esa sensación que se había apoderado de mí se trataba de un preámbulo, algo como un aviso. Un aviso que me indicaba que algo me esperaba al final de mi camino, quizás unas migajas de felicidad.
Caminaba decidida y pletórica por las calles atestadas de gente, calles que no reconocía en absoluto pero tampoco me importaba. Tenía la certeza de que no iba a perderme porque mis pies habían elegido una dirección que seguir. No tenía ni idea hacía donde me dirigía. Sin embargo, cuando empecé a subir unas escaleras que encontré a mi paso, lo supe. Supe que al final de la escalera se hallaba el motivo de la alegría que me acompañaba; justo aquello que motivaba el incomprensible deseo de seguir caminando. ¿Pero que podía ser? Impaciente, acabé de subir las escaleras a paso ligero. Cuando llegué al final, frente a mí, pude ver que se extendía una amplia avenida.
Absolutamente maravillada comencé a caminar, el espacio abierto que se extendía frente a mi era absolutamente gratificante. Las anchas aceras, que invitaban a pasear a paso tranquilo, las curiosas tiendas que atraían a sus hermosos escaparates y la paz que se respiraba entre la multitud. Fascinada, recordé con nostalgia mi antigua réflex guardada al fondo de un cajón de casa. Y añoré mirar a través del objetivo en busca de capturar momentos inolvidables.

No había prisa, el bienestar me tenía presa, avanzaba como en un sueño, cuando de pronto lo vi. Más alejado, pero en la misma dirección que yo seguía. Era una figura inmóvil, de espaldas, la gente pasaba y pasaba a su lado, pero esa figura masculina continuaba inmóvil, casi como una estatua. Mis pies parecían dirigirse hacia esa figura y ya me encontraba lo bastante cerca para distinguir que el chico debía de ser joven, era muy delgado pero de movimientos ágiles y armónicos. Mis ojos seguían clavados en él como si su esencia me hubiera hipnotizado y secuestrado la voluntad. Mis pies continuaban caminando hacia él sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo. Él parecía impaciente, miró su reloj una vez y a continuación volvió a mirarlo de nuevo, como si quisiera asegurarse de la hora. Me encontraba tan cerca que casi podía oler su dulce aroma cuando advertí que se giraba. Clavó sus ojos en mí y yo los fijé en él, incapaz de reaccionar. La expresión de su rostro automáticamente cambió. Los ojos se le iluminaron con un brillo hermoso y me dedicó la mayor de las sonrisas. Entonces supe que ese era el motivo y hacia él se habían dirigido mis pasos desde el mismo principio. Era a él a quien buscaba sin saber, era él a quien debía encontrar.

EMPIEZO UNA HISTORIA

¡¡¡Hola!!! Muy buenas. Todos tenemos un hobby, y el mío, para desgracia de la humanidad, es escribir. Que escriba no quiere decir que sepa hacerlo, pero como mínimo, lo intento. Como es bien sabido que la practica hace al maestro, después de muchas historietas cortas, he empezado mi primera novela larga. Así que empiezo con una historia fácil y espero que entretenida, sin grandes pretensiones. Dejo un pequeño resumen:

Todo el mundo, o casi, sueña con su príncipe azul. Pero, ¿que pasaría si el príncipe azul también soñara?
A Helena no le gusta su vida, pero está tan inmersa en su rutina, que no lo sabe o no quiere saberlo. Se ha resignado a lo que le ha tocado vivir sin pararse a pensar que hubiera pasado si tomara otras decisiones en su vida. Un día, tiene un magnífico sueño donde un chico, su príncipe, la hace sentir especial y afloran en ella sentimientos que ni sabia que podían existir. Es cuando Helena empieza a comprender que a veces lo sueños también son necesarios porque nos hacen sentir vivos.
Por el contrario, Daniel es un soñador nato que esta cansado de oír de todos que tiene que llevar una vida más terrenal. Optimista y dinámico se niega a rendirse, pero es cuando sueña con Helena que comprende que nunca podrá vivir con los pies en la tierra si no deja de soñar.
¿Podrá Daniel esperar a sus sueños? ¿Podrá Helena rendirse a los suyos?

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