jueves, 28 de mayo de 2009

CAPITULO 2 (4/8)

Salí del despacho como si me hubieran condenado a cadena perpetua con grilletes incluidos. Debía de tener al menos esa expresión en la cara a tenor de cómo me miraban mis compañeros:

- ¡Por dios, que cara! ¿Tan malo ha sido? – preguntó Isabel, que se había quedado de pie petrificada mirándome, cuando se dirigía a hacer unas fotocopias.

- ¡Bastante! Habrá… que currar… mucho –dije, lo que no expresé fue mi opinión personal sobre nuestra jefa. Nuestro trabajo se iba haciendo en previsión de una entrega los viernes por la mañana, porque nuestra revista salía a la venta los miércoles. Así que todo lo que teníamos hasta ese momento, con más de una semana de antelación, a nuestra querida jefa no le gustaba y pretendía cambiar casi toda la plantilla que teníamos para ese viernes.

- Seguro que es peor de lo que dices – Edu tenía la costumbre de hablar con nosotras sin apartar la mirada de la pantalla, mientras tecleaba.

- Bueno, a ver. ¿Cómo os lo digo?

- Como es, sin rodeos, rápido y sin dolor, a ser posible – soltó Edu, de nuevo mirando a la pantalla.

Él lo ha querido.

- Toda la semana de trabajo no nos sirve de nada. Tenemos que reestructurar todo, cambiar artículos que no le gustan, otros los ha suprimido por otros temas y… si es posible deberíamos intentar meter una entrevista con algún actor de moda. El que sea, no importa quién, pero quiere entrevista.

- ¿Cómo? – exclamaron los dos a la vez – pero, pero eso es imposible ¿Cómo vamos a hacer todo ese trabajo en cuatro días? ¿es que se ha vuelto loca? Y la publicación de la semana que viene ¿Qué? Vamos a tener que ir de culo más de un mes. – Isabel estaba que pensé que no habría forma de calmarla.

Edu se levantó, se me acercó, miró las hojas donde tenía apuntados los cambios y me dijo:

- ¡Reparte el trabajo, ya! ¿Qué tengo que hacer? Mientras antes empecemos… creo que vamos a perder unas cuantas horas de sueño, pero más vale ahora que retrasar las siguientes, sino será como el pez que se muerde la cola.
- Gracias Edu, agradezco tu entrega.
- ¡Esto me parece increíble! ¿Quiere torturarnos o qué? ¡pero qué más dará un artículo que otro! – Isabel se sentó delante de su mesa enfadada. Y yo me acerqué.
- Isa… tenemos que ser un equipo ahora más que nunca. Tenemos que sacarlo a delante – cogí un papel y escribí en él – estás serán tus tareas. Ya sabes, cualquier duda, cualquier cosa… me lo dices. Si hay algo que no quieras hacer intentaremos cambiarlo ¡Edu! – me giré hacia él – lo mismo te digo.

CAPITULO 2 (3/8)

Puse los ojos en blanco y salí hacía su despacho, hacía lo que me pareció en ese momento las catacumbas del mismísimo infierno. Bueno, quizás no era para tanto, pero odiaba el mal humor los lunes por la mañana y más cuando ensombrecían mis mejores días.
Suspiré antes de abrir la puerta en un impulso de controlar mi estado de ánimo, sería mejor no entrar con una sonrisa en los labios, fuera a ser que desatara aún más el huracán incontrolado. Sofía, mi jefa, era así, sus malos días tenían que ser malos para todos y lo bueno es que sus buenos días también los compartía aunque no te importarán absolutamente nada.
Entré lo más seria que pude y saludé de forma indiferente.

- Buenos días, Sofía – le dije – tú dirás.
- ¡Esto es un desastre! ¡Todo es un desastre! ¡TODO! – empezó a subir el tono - ¿Pero qué he hecho yo para merecer esto? ¿Cómo os tengo que decir las cosas?
- ¿Qué ocurre Sofía? ¿Me lo puedes explicar? No sé de que hablas.
- ¿Dónde está el artículo que os pedí? Aquel artículo sobre ¿Cómo ligar en la disco con el tío más cañón? ¡Ese y todos los demás!
- Sofí…
- ¡No está encima de mi mesa! ¡¡ Y además el artículo sobre granos de acné y soluciones de emergencia es una mierda!!!
- Sof…
- Os pedí, os pedí un reportaje de 2 páginas, dos páginas, sobre los revolcones en los probadores… y… bla bla blablabla, bla, bla blablablabla blabla bla blabla bla…

Sofía volvía imposible de su fin de semana, aquello era terrible. Significaba que hasta la semana siguiente no volvería a su estado natural. En fin, me alié con mi piloto automático (el cual era de mucha ayuda y realmente muy útil en esos casos) para parecer realmente preocupada por lo que me decía. De hecho, intentaba cerrar mis oídos mientras asentía con la cabeza para evitar escuchar según qué. Ya tenía suficiente con el trabajo que tenia para que encima me explotara en la cara. Revolcones en los probadores… pensé que dentro de poco ganaría un premio Pulitzer. No es que aspirara a algo como eso, pero los artículos que escribíamos, bueno, no sabría como describirlos exactamente. Profundos no sería la palabra exacta. Tenía claro que mi próximo proyecto seria buscar otro trabajo, al menos uno que no atrofiara mi cerebro escribiendo una y otra vez ese tipo de cosas. Luego, por otra parte siempre pensaba que esos artículos, como mínimo, cumplían su cometido, que era entretener y divertir. Por otro lado, también estaba claro que no podría dedicarme toda la vida a eso, porque cuando tuviera 20 años más no podría pensar en que les gustaría a los chicos y chicas de 17 años. 20 años más, ¿me veía a mi misma aquí durante 20 años más? No, no, no, no podía ser, definitivamente, en un corto plazo de tiempo tendría que ponerme a buscar trabajo.
- Y entonces cuando lo hayas escrito, me lo pasas sin demora alguna a la hora que te he dicho ¿De acuerdo? – Sofía acabó su retahíla un poco más calmada. Pero… de acuerdo ¿Qué? Me había dedicado demasiado a pensar en mis cosas y había olvidado desactivar mi piloto automático en el momento justo. ¿Ahora que iba a decirle? ¿Que no había escuchado ni una sola palabra de lo que me había dicho? ¿Que su bronca no había servido de nada y no tenía ni idea de qué era lo que tenía que hacer?
- Sofía, perdóname, pero hoy no estoy muy lucida, creo que estoy incubando un catarro. ¿Podrías repetirme lo que quieres?, es solo para apuntarlo y que no se me olvide nada – puse de cara de cordero degollado intentando hacer lo mejor posible su trabajo.

No coló, Sofía se puso roja de furia y pensé que iba a estallar en mil pedazos cuando sonó su teléfono móvil. Miró la pantalla y reconoció quien llamaba, se calmó, cambió su expresión, que adopto un rictus de satisfacción. Me miró y dijo:

- Bien, a ver, apunta.

martes, 26 de mayo de 2009

CAPITULO 2 (2/8)

Así que estábamos a primera hora de la mañana del lunes y agradecía enormemente la calefacción. Llegué pegando saltitos por la oficina del frío que traía y me apresuré a quitarme la chaqueta para salir disparada a la máquina de café. O la máquina que hacía aquello que parecía café.

- Cualquier día de estos nos intoxicaremos – reconocí a mi espalda la voz de mi compañero Eduardo, la persona menos optimista que yo había conocido nunca.- en serio, saldremos en las noticias, hasta puedo imaginar el titular
- Si no hemos muerto ya después de tanto tiempo o hemos desarrollado una especie de mutación que nos inmuniza contra lo que sea esto que bebemos o nos queda poco tiempo de vida – le contesté riendo.
- No sé cómo puedes estar de buen humor, es lunes por la mañana, hace mucho frío y estas bebiendo… eso – me dijo resignado y a la vez con cierto grado de envidia porque para él los lunes por la mañana tenían prohibido su buen humor.
- Por cierto… ¡Buenos días, Edu! – me reí – voy a mi mesa, a ver si empiezo con las pilas cargadas, luego en el próximo descanso me cuentas tu finde.
- Si, luego hablamos. Pero te advierto que hoy va a ser un día durillo. Tú no la has visto entrar, Helen, pero… - y esto me lo dijo acercándose a mi oído y casi susurrando – Sofía ha venido con un humor de perros. Tormenta a la vista.

¡Noooo! ¡Dios, no! Con lo contenta que venía yo esa mañana. Vaya, si Sofía, mi jefa, venía con un humor de perros, entonces mal rollo. Todo le parecería mal y todo lo que tuviéramos hecho habría que rehacerlo. Mierda. Iba a ser muy posible que saliéramos tarde y justo ese día que tenía pensado salir un poco antes.
Bueno, valor y al toro. Me dirigí a mi mesa y me senté con cuidado. Encendí mi ordenador y reorganicé mis cosas. Miré el calendario y los post its que tenía enfrente. Cuando algo no quería que se me olvidará bajo ningún concepto lo escribía ahí y lo pegaba donde siempre pudiera verlos. Suspiré y cogí el vaso de café entre mis manos para calentármelas. Miré la pantalla fijándome en los avisos de las tareas por hacer. Duré dos segundos como máximo, mi mente se iba hacía otro lado, hacía mi sueño de esa noche y hacía la sensación de bienestar que me reportó.

-¡¡¡Helenaaa!!!
¿Podía gritar más fuerte? ¿Era necesario? Hasta ese día mis oídos aún funcionaban a la perfección, pero mi jefa se empeñaba en gritar como si fuera sorda.
-¿Si, Sofía? – contesté amablemente.
- ¡Ven inmediatamente a mi despacho! – gritó de nuevo

CAPITULO 2 (1/8)

EL LUNES DE HELENA

Maldición, había sido un sueño. Bueno, por lo menos, hacia mucho que no tenía uno agradable, y mucho menos uno así de agradable. Qué pena que todo fuera un sueño, la vida real tendría que tener ese tipo de sensaciones, aunque solo fueran unos días, aunque solo fueran unas horas.
¿De verdad tenía que levantarme de la cama? quizás si volvía a cerrar los ojos podría concentrarme en volver otra vez allí, donde estaba, en el mismísimo cielo sagrado, al lado de aquel ángel con la mirada más dulce que yo jamás había visto. Por más que lo intenté, nada, que mala suerte la mía, definitivamente el sueño había acabado, ahora solo me quedaban los recuerdos. Pero me quedaba una extraña sensación, parecían recuerdos de algo realmente vivido. Hasta ese momento no sabía que se podían tener sueños tan intensamente reales en cuanto a sensaciones se refiere. Decidí que lo guardaría en un rinconcito de mi memoria, porque no creía volver a tener ninguno más de semejante estilo.
Estaba claro que tenía que levantarme, ohhhh, ¿porque tenía que hacer tanto frío? ¿Porque, porque?? Me tenía que levantar y de verdad, si me demoraba más llegaría tarde, porque estaba claro que en la ducha no me iba a dar prisa... en cuanto estuviera allí bajo el agua calentita, me quedaría más tiempo del que debería.
Afortunadamente el cuerpo me respondió mejor de lo que creía y pude salir de casa con el suficiente tiempo como para llegar puntual. Cuando salí del metro hice una mueca con los dientes porque esa mañana hacía el suficiente frío como para desear llegar al trabajo. Y me daba igual que fuera lunes, porque todos los días para mí eran iguales. La rutina se había apoderado de mi vida vilmente y tenía pensado quedarse indefinidamente, o así me lo parecía. Nada hacía presagiar que algo fuera a cambiar. Del trabajo a casa, de casa al trabajo, algunas copas por la tarde y los fines de semana… bueno los fines de semana eran lo típicos fines de semana familiares. Es decir, que prefería el resto de la semana, mi trabajo y mi jefa malhumorada. Pero tampoco tenía mucho de qué quejarme, vivía prácticamente sola, mi novio me quería y no tenía problemas importantes de ningún tipo. Lo que se dice una vida sencilla sin grandes altibajos. Común, rutinaria y, me atrevería a decir, que hasta mediocre.

domingo, 24 de mayo de 2009

CAPITULO 1 (1.3)

Pude oír dentro de mi cabeza mi propia voz, alarmada me decía que me alejara: “márchate, olvídate del muchacho de ojos grises”. Y todo empezó a darme vueltas y una gran angustia se apoderó de mí. Podía sentir que me faltaba el aire, casi no podía respirar, mis pulmones no reaccionaban, como si se negaran a tomar el aire dado. Las palabras se amontonaban en mi mente y se repetían una y otra vez dentro de mi cabeza, una y otra vez, una y otra vez sin parar. Y el aire no llegaba. Maldita sea, no llegaba. ¿Pero cómo era posible? En un momento estaba en el mismo cielo al lado de un ángel y al instante siguiente estaba inmersa en una pequeña pesadilla propia. ¿Pero que le pasaba al aire y a mis pulmones que de repente se habían vuelto enemigos? Miré a mi ángel a la cara, aterrada; con expresión de súplica. No te vayas – quería gritar- no te alejes de mi. Si voy a morir ahogada quiero que sea junto a ti. ¡Oh, por Dios! Esto aún era peor, quería que mis últimos momentos fueran al lado de aquel muchacho que ahora me miraba con la misma cara de terror que yo a él.

Le veía gritar, al menos, movía sus labios, pero yo no podía oírle. Empezaba a emborronarse la imagen… y me precipité a la puerta con auténtica desesperación. Una vez fuera el aire inundó por completo mis pulmones y la angustia remitió. Aún así había una cierta pesadumbre que continuaba acompañándome. Continué caminando, deseando alejarme lo más posible de aquel lugar y de él, deseando olvidar aquellas palabras que resonaban como un eco dentro de mí. Pensé que si me alejaba, ellas se alejarían también, se marcharían. Pero no, su lejano eco se vino conmigo. Seguía diligente hacia la nada, sin rumbo, abrumada cuando alguien me asió fuertemente del brazo y me detuvo.
Me abrazó de modo protector y yo me dejé y me abandoné al calor de sus brazos, como una niña que se aferra a los brazos de su padre para sentirse protegida y segura.
Me apartó y me guiñó un ojo con la voluntad de borrar de mi rostro la enorme preocupación que había hecho mella en mí.
- ¡Mira! ¡Pruébatelo! – sacó de su bolsillo una caja, había comprado un anillo para mí en aquella bonita joyería. Tenían sus ojos un brillo especial que interpreté como ilusión. Sus manos seguras cogieron las mías que eran temblorosas e inseguras. Miré la caja dudando, miré el anillo dudando, miré sus manos dudando, miré sus ojos y cuando los vi, entonces dejé de dudar.
- Ahora es tuyo – y asintió con la cabeza.

Y entonces en ese preciso momento, en el cual yo me sentía enormemente feliz, en ese momento en que aquel ángel me había dicho tanto con tan poco, en ese momento, desperté.

CAPITULO 1 (1.2)

Era indescriptible la sensación que experimenté en esos momentos cuando aquél al que había desdibujado pisadas atrás, me miró como lo hizo. Se acercó a mí y me rodeó con sus brazos, me susurró algo al oído que no pude entender porque me hallaba totalmente alucinada. Cuando nos separamos para mirarnos no pude entender. ¿Quién era aquel muchacho? Ese chico ¿era mi amado? Por la pinta que tenia de verdad que podía serlo. Por las sensaciones que me transmitía, más aún. Me cogió de la mano y me arrastró con entusiasmo por aquella magnífica avenida.
Me sentía cómoda en su compañía, extrañamente cómoda. Por lo visto no era la primera vez que nos veíamos pero estaba claro que yo los otros momentos me los había perdido. Pero no me importaba, me dediqué a disfrutar del momento.
Parados los dos, de pie frente al hermoso escaparate de una antigua y acogedora joyería, mientras yo observaba las piezas que se mostraban, él no paraba de mirarme y sonreír. Yo le observaba entre divertida, halagada y asombrada ¿Quien era? ¿Se suponía que le conocía? Sin embargo por otra parte, me sentía muy a gusto a su lado aunque sentía cierto recelo, no sabía a ciencia cierta si lo que estaba viviendo era real. Evité mostrarme distante porque comprendí que no deseaba que se alejara de mí. Sus ojos se fijaron en los míos y yo le correspondí con la esperanza de descubrir algo más. Podía intuir lo que se me brindaba, apenas un susurro de sus labios había bastado para descolocarme cuando se acercó a mí la primera vez. Ahora, quieta en la profundidad de sus ojos, podía ver, podía ver más allá de ellos, más allá de su rostro, más allá de sus palabras amables y sus gestos seguros. Podía ver su alma pura y cristalina y más hermosa que cualquier cosa que yo hubiera visto antes. ¿Acaso era un ángel quién estaba a mi lado?
Solo fue un instante, apenas unos segundos en nuestra mutua observación que nos había aislado de todo cuanto había a nuestro alrededor, pero me bastó para comprender. Eso era lo que yo anhelaba. Anhelaba pertenecer a esos ojos. Anhelaba ese momento de intenso fuego entre nuestras miradas. Ese instante de palabras silenciadas pero intensas. Me dedicó una sonrisa y apartó la mirada abrumado por la intensidad que había alcanzado ese pequeño momento.

CAPITULO 1 (1.1)

Me sentía flotar. Hacía demasiado tiempo que no me sentía así. La atmósfera que me envolvía era realmente agradable, notaba que el aire revoloteaba acariciándome y me sentía totalmente despreocupada de todo cuanto pudiera haber a mi alrededor. Advertí que posiblemente esa sensación que se había apoderado de mí se trataba de un preámbulo, algo como un aviso. Un aviso que me indicaba que algo me esperaba al final de mi camino, quizás unas migajas de felicidad.
Caminaba decidida y pletórica por las calles atestadas de gente, calles que no reconocía en absoluto pero tampoco me importaba. Tenía la certeza de que no iba a perderme porque mis pies habían elegido una dirección que seguir. No tenía ni idea hacía donde me dirigía. Sin embargo, cuando empecé a subir unas escaleras que encontré a mi paso, lo supe. Supe que al final de la escalera se hallaba el motivo de la alegría que me acompañaba; justo aquello que motivaba el incomprensible deseo de seguir caminando. ¿Pero que podía ser? Impaciente, acabé de subir las escaleras a paso ligero. Cuando llegué al final, frente a mí, pude ver que se extendía una amplia avenida.
Absolutamente maravillada comencé a caminar, el espacio abierto que se extendía frente a mi era absolutamente gratificante. Las anchas aceras, que invitaban a pasear a paso tranquilo, las curiosas tiendas que atraían a sus hermosos escaparates y la paz que se respiraba entre la multitud. Fascinada, recordé con nostalgia mi antigua réflex guardada al fondo de un cajón de casa. Y añoré mirar a través del objetivo en busca de capturar momentos inolvidables.

No había prisa, el bienestar me tenía presa, avanzaba como en un sueño, cuando de pronto lo vi. Más alejado, pero en la misma dirección que yo seguía. Era una figura inmóvil, de espaldas, la gente pasaba y pasaba a su lado, pero esa figura masculina continuaba inmóvil, casi como una estatua. Mis pies parecían dirigirse hacia esa figura y ya me encontraba lo bastante cerca para distinguir que el chico debía de ser joven, era muy delgado pero de movimientos ágiles y armónicos. Mis ojos seguían clavados en él como si su esencia me hubiera hipnotizado y secuestrado la voluntad. Mis pies continuaban caminando hacia él sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo. Él parecía impaciente, miró su reloj una vez y a continuación volvió a mirarlo de nuevo, como si quisiera asegurarse de la hora. Me encontraba tan cerca que casi podía oler su dulce aroma cuando advertí que se giraba. Clavó sus ojos en mí y yo los fijé en él, incapaz de reaccionar. La expresión de su rostro automáticamente cambió. Los ojos se le iluminaron con un brillo hermoso y me dedicó la mayor de las sonrisas. Entonces supe que ese era el motivo y hacia él se habían dirigido mis pasos desde el mismo principio. Era a él a quien buscaba sin saber, era él a quien debía encontrar.

EMPIEZO UNA HISTORIA

¡¡¡Hola!!! Muy buenas. Todos tenemos un hobby, y el mío, para desgracia de la humanidad, es escribir. Que escriba no quiere decir que sepa hacerlo, pero como mínimo, lo intento. Como es bien sabido que la practica hace al maestro, después de muchas historietas cortas, he empezado mi primera novela larga. Así que empiezo con una historia fácil y espero que entretenida, sin grandes pretensiones. Dejo un pequeño resumen:

Todo el mundo, o casi, sueña con su príncipe azul. Pero, ¿que pasaría si el príncipe azul también soñara?
A Helena no le gusta su vida, pero está tan inmersa en su rutina, que no lo sabe o no quiere saberlo. Se ha resignado a lo que le ha tocado vivir sin pararse a pensar que hubiera pasado si tomara otras decisiones en su vida. Un día, tiene un magnífico sueño donde un chico, su príncipe, la hace sentir especial y afloran en ella sentimientos que ni sabia que podían existir. Es cuando Helena empieza a comprender que a veces lo sueños también son necesarios porque nos hacen sentir vivos.
Por el contrario, Daniel es un soñador nato que esta cansado de oír de todos que tiene que llevar una vida más terrenal. Optimista y dinámico se niega a rendirse, pero es cuando sueña con Helena que comprende que nunca podrá vivir con los pies en la tierra si no deja de soñar.
¿Podrá Daniel esperar a sus sueños? ¿Podrá Helena rendirse a los suyos?

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