domingo, 24 de mayo de 2009

CAPITULO 1 (1.3)

Pude oír dentro de mi cabeza mi propia voz, alarmada me decía que me alejara: “márchate, olvídate del muchacho de ojos grises”. Y todo empezó a darme vueltas y una gran angustia se apoderó de mí. Podía sentir que me faltaba el aire, casi no podía respirar, mis pulmones no reaccionaban, como si se negaran a tomar el aire dado. Las palabras se amontonaban en mi mente y se repetían una y otra vez dentro de mi cabeza, una y otra vez, una y otra vez sin parar. Y el aire no llegaba. Maldita sea, no llegaba. ¿Pero cómo era posible? En un momento estaba en el mismo cielo al lado de un ángel y al instante siguiente estaba inmersa en una pequeña pesadilla propia. ¿Pero que le pasaba al aire y a mis pulmones que de repente se habían vuelto enemigos? Miré a mi ángel a la cara, aterrada; con expresión de súplica. No te vayas – quería gritar- no te alejes de mi. Si voy a morir ahogada quiero que sea junto a ti. ¡Oh, por Dios! Esto aún era peor, quería que mis últimos momentos fueran al lado de aquel muchacho que ahora me miraba con la misma cara de terror que yo a él.

Le veía gritar, al menos, movía sus labios, pero yo no podía oírle. Empezaba a emborronarse la imagen… y me precipité a la puerta con auténtica desesperación. Una vez fuera el aire inundó por completo mis pulmones y la angustia remitió. Aún así había una cierta pesadumbre que continuaba acompañándome. Continué caminando, deseando alejarme lo más posible de aquel lugar y de él, deseando olvidar aquellas palabras que resonaban como un eco dentro de mí. Pensé que si me alejaba, ellas se alejarían también, se marcharían. Pero no, su lejano eco se vino conmigo. Seguía diligente hacia la nada, sin rumbo, abrumada cuando alguien me asió fuertemente del brazo y me detuvo.
Me abrazó de modo protector y yo me dejé y me abandoné al calor de sus brazos, como una niña que se aferra a los brazos de su padre para sentirse protegida y segura.
Me apartó y me guiñó un ojo con la voluntad de borrar de mi rostro la enorme preocupación que había hecho mella en mí.
- ¡Mira! ¡Pruébatelo! – sacó de su bolsillo una caja, había comprado un anillo para mí en aquella bonita joyería. Tenían sus ojos un brillo especial que interpreté como ilusión. Sus manos seguras cogieron las mías que eran temblorosas e inseguras. Miré la caja dudando, miré el anillo dudando, miré sus manos dudando, miré sus ojos y cuando los vi, entonces dejé de dudar.
- Ahora es tuyo – y asintió con la cabeza.

Y entonces en ese preciso momento, en el cual yo me sentía enormemente feliz, en ese momento en que aquel ángel me había dicho tanto con tan poco, en ese momento, desperté.

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