domingo, 28 de junio de 2009

CAPITULO 2 (8/8)

Subimos en silencio hacia la oficina, por decirlo de alguna manera, porque aquella redacción donde trabajábamos era de las más pequeñas habidas y por haber.
La tarde pasó sin sobresaltos, Edu en su mundo medio amargado, Isa a su ritmo y sin hablarme casi y cuando lo hacía salía por su boca una especie de gruñido gutural un tanto desagradable y Sofía encerrada en su despacho. Lo único positivo era que nadie me molestaba.
Acabé de preparar la entrevista para el día siguiente, la imprimí y la metí en el bolso. Mañana me esperaba trabajo fuera de la redacción. Igual cuando llegará, los ánimos matutinos se habrían calmado y gozaríamos de un poco más de buen rollo.
Recogí mis cosas y abandoné mi trabajo tan contenta como había venido, aunque tenía cierto mal sabor de boca por cómo había transcurrido la jornada. Sin embargo, yo siempre pensaba que no iba a dejar que el trabajo me amargara, pasaba demasiadas horas ahí como para eso.
Caminaba ensimismada hacía la parada de autobús, pensando en todo cuanto tenía que hacer cuando llegara a casa. Me había olvidado traer conmigo la lista de la compra pero no recordaba nada de urgencia. Así que no me costó decidir que lo pospondría para el día siguiente. Me paré en seco y volví sobre mis pasos, me había pasado la papelería a la que tenía pensado ir. Lo había olvidado, mi cuaderno. Así que volví y entré. Como me ocurre en tantas otras ocasiones, cuando entro en una tienda me quedo fascinada mirando cuantos artículos, y esa no fue una vez diferente. Era prácticamente imposible no encontrar ahí cualquier artículo de papelería que se buscase.
Cuando estuve delante de la sección de libretas tuve un auténtico dilema para decidir con cual me quedaba. Así que opté por algo que no llamara mucho la atención para que no destacara entre los libros, papeles y demás que Saúl y yo teníamos por casa. Cogí una libreta típica de anillas, con una portada marrón achocolatada y hojas con cuadrícula. Mi libreta de sueños. De momento y para ser más exacta, mi libreta de sueño, puesto que solo había uno. Pero guardaba la esperanza de que fuesen más, a ser posible uno más, con eso ya me bastaría.
Estaba al lado de las cajas, esperando mi turno para pagar cuando me fijé en que tenían un mural de corcho donde se pegaban anuncios. Nunca me había fijado hasta ese momento. Quizás porque aquel día si hubo un anuncio que me llamó la atención. Era uno de esos cursos a los que me apuntaba siempre sin dudar: Curso de Globoflexia. Si, globoflexia, el arte de hacer figuras con globos. Uno de esos cursos que me parecían ideales para evadirme al salir del trabajo. Un curso perfecto para mí. Una oportunidad de distraerme, conocer gente nueva y salir de la rutina. Globoflexia. Me encantaba como sonaba.
Cogí uno de los papelillos con el número de teléfono que sobresalían del cártel. Pagué mi libretilla marrón y me fui hacía el metro pensando que quizás al final si había sido un buen día.

Cuando llegué al piso y vi la luz roja en el contestador, no pude reprimir una mueca de disgusto. No había llamada, de nuevo un simple mensaje. Pensé que ni falta hacía que le diera al botón para reproducirlo porque ya sabía que era lo que decía. Aún así, accioné el botón.

-“Hola cariño, el avión lleva retraso y hasta mañana a mediodía no llegamos. Pero ya sabes – aquí un pequeño silencio –yo hasta el miércoles no estaré en casa. Intentaré llamarte mañana. Te quiero. Un beso”

Lo apagué. Saúl siempre hacía eso. Había salido de viaje por cuestiones de trabajo y cuando su madre le obligaba a ir a casa antes de venir a nuestro piso, me dejaba un mísero mensaje en el contestador. Siempre lo hacía. Pero esta vez, a diferencia de las demás, fue la primera en que no me importó que lo hiciera. No me molestó en absoluto, ni su triste mensaje ni el hecho de que antes de verme a mí, tenía que ir a casa de su madre. Por una parte hasta me alegraba, la tarde seria para mí. Esa noche pondría la televisión en el canal que yo quisiera y eso implicaba ver mi serie favorita, la de la dentista psicópata. También podría poner la radio mientras escribía en mi nueva libreta y llamar al curso de globoflexia sin que Saúl gruñera a mi lado y me volviera a decir que era una adicta a cursillos inútiles.
Si, al final sería un buen día y me sentía pletórica y ansiosa porque llegara la hora de dormir para poder revivir mi sueño. De hecho, lo iba a revivir detalle tras detalle. Sonreí, abrí mi libreta y comencé a escribir.

jueves, 18 de junio de 2009

CAPITULO 2 (7/8)

¿Y yo esa mañana tenía ganas de llegar a la oficina en busca de calefacción? Tal y como estaba yendo la mañana más hubiera válido quedarme criogenizada. Criogenizarme. De pronto me pareció una muy buena idea. Si me criogenizaba ¿podría soñar? Dejó de parecerme tan buena idea cuando vislumbré una respuesta negativa a la pregunta. En fin, volví a mi tarea y decidí centrarme en la entrevista ya que mi nueva idea sobre los sueños podría dejarla para más adelante. Y entonces tuve una idea, si le daba igual a quien entrevistar, pues tendría una entrevista. Me conecté a Internet y envié un correo electrónico a la dirección que encontré solicitando una entrevista para mañana siguiente a primera hora. Cuando al rato recibí la confirmación en mi buzón de entrada, suspiré aliviada y acabé de preparar la dichosa entrevista. Miré el reloj y me apresuré a acabar otras tareas. Ya quedaba poco para salir a comer. Salir de ese búnker que era la oficina, respirar, charlar un ratillo y afrontar la tarde con nuevas miras.
Cuando fueron las dos de la tarde y yo estaba hambrienta y feliz de que hubiese llegado la hora de comer y tener la oportunidad de tomarnos un pequeño respiro, Isabel nos sorprendió diciendo que no venía a comer con nosotros. Otra vez más me volvía a premiar con uno de sus desplantes. Bien, entonces hoy iba a ser así, de mala luna todo el día. Así que Edu y yo salimos al encuentro de nuestro bar predilecto al que casi nunca podíamos ir con Isa. No es que no le gustara la comida, era que detestaba a la camarera. Edu y yo siempre bromeábamos con que nunca sabríamos los motivos de ese odio y que probablemente fuera secreto de estado pues hasta el momento Isabel nunca nos había dado ninguna pista de que era lo que realmente le molestaba de la chica.
- La ensalada y el plato especialidad del día – pedí – y agua por favor.
- Un poco de rancho para mí – dijo Edu. La amable camarera odiada por Isabel puso cara de no entender.
- ¡Edu! – exclamé
- Si es que a mí los días como hoy toda la comida me sabe así, a rancho.
- Ponle lo mismo que a mí, gracias.
La chica asintió pero casi pude oír sus pensamientos aludiendo al hecho de que Edu era uno de los clientes raritos que de vez en cuando asomaban por ahí.

- ¿Y entonces sabes si Sofía está más calmada? – me preguntó
- Bueno, pues no sé, la encontré llorando en su despacho y más suave que un guante después del geniazo de primera hora de la mañana.
- Está loca y nos va a volver a todos locos. Pero como mínimo se ha desdicho de lo que dijo primero, que fue una locura. Así que no iremos tan de culo.
- Ya… - empecé a sentirme agobiada de seguir en el trabajo –oye, Edu, cuéntame, ¿Cómo ha ido el finde?
- Pues como siempre, aburrido.
- Va, Edu, ¿Cómo? Algo habrás hecho.
- A parte de visitar a mi suegra al hospital y tener que hacer de canguro de mis sobrinos…
Edu parecía a veces amargado con su vida.
- ¿Y eso? – le pregunté para que la conversación siguiera por ahí, como mínimo sería mejor que hablar del trabajo, al menos para mí.
- Pues no sé qué cosa tenían que hacer los padres de los monstruos que nos los enchufaron a nosotros. Y se pasaron todo el domingo vomitando. Ha sido horrible, de verdad, aburrido y horrible.
- Vaya… bueno, yo tampoco hice gran cosa…
- Sí, pero al menos hiciste lo que te apetecía. Estoy tan harto…

Dicho esto Edu entró en una especie de viaje interior que lo mantuvo en silencio y apartado de mí durante todo el resto de la comida. Lo cual también era un poquito de agradecer, porque la conversación estaba derivando hacia un territorio un poco melodramático. Salir del fuego para meterme en las brasas; quizás fuera mejor que Edu se quedará ensimismado. No es que no me importaran sus problemas, después de varios años trabajando juntos, le tenía cierto aprecio, pero aquel día no me apetecía nada. Ese día yo me había levantado feliz y contenta y no iba a dejar que nadie me lo arruinara.
Lo que era bastante patente es que no estaba siendo un buen día para nada. Pero yo seguía en mis trece de conseguir que no me lo torcieran.

martes, 9 de junio de 2009

CAPITULO 2 (6/8)

Me levanté de un salto de la silla y me fui directa al despacho de Sofía. Pensé en ese momento que si todo el trabajo lo hacíamos nosotros, no sé qué hacia ella todo el día allí sentada, aparte de decidir si le gustaba o no lo que hacíamos nosotros. Iba tan centrada en mis pensamientos que abrí la puerta sin llamar antes. La encontré llorando, entre sollozos se secaba las lágrimas y se sonaba. Los ojos enrojecidos al límite y su cara… era un poema.

- So… fía… - pude articular – siento no haber llamado. No sé como…
- Dime – dijo recomponiéndose.
- He pensado en que en lugar de poner aquel artículo de los rollos de una noche, podríamos poner un reportajillo sobre los sueños.
- ¿Sueños? – me miró incrédula
- Si, ya sabes, sobre las distintas clases de sueños. Los que tenemos dormidos y los que tenemos despiertos. Podríamos hacer un par o tres de reportajes, y publicar uno cada semana.
- Está bien, parece interesante – dijo suspirando e intentando controlar su llanto – puedes empezar a trabajar en él. No hace falta que sea para este viernes.
- De acuerdo – me giré para irme, pero volví sobre mis pasos - ¿Estás bien? Si hay algo que pueda hacer por ti…
- Tranquila, no es nada que no tenga solución. Por cierto, olvida lo que te dije antes. Hacedme la propuesta del viernes. Me lo volveré a mirar y esta vez no seré tan radical.

Eso estaba bien, olvidar lo que me dijo esta mañana sería fácil teniendo en cuenta que apenas recordaba nada de lo que me dijo. Técnicamente sería más correcto decir que no recordaba porque no había escuchado ni una de sus palabras.
Su cambio de humor me dejó tan parada que tuve que parpadear dos veces antes de contestar.
- Vale, luego más tarde, cuando acabemos me pasó y te cuento y te miras la propuesta.

Salí del despacho como si me hubiera tomado alguna sustancia química que me hacía ver y oír cosas extrañas. Ahora sí que me había descolocado Sofía. Un cambio de humor muy peculiar, normalmente el modo perro le duraba una semana como mínimo y luego volvía en si como una auténtica ovejita. Pero esa vez, esa vez sí que me había sorprendido. Me dirigí a mi mesa como una autómata, como si no pudiera ver, como un robot y me senté de golpe mirando a la nada, al infinito. Procesé la información en mi cerebro ¿Qué hago? No, esa no era la pregunta, la pregunta era ¿esta mujer tiene doble personalidad? ¿O solo se ha propuesto volverme loca? Sopesé las opciones y decidí que solo por ese día, la válida era la segunda opción, ya llegaría a otras conclusiones a medida que pasara el día.
Volviendo al trabajo decidí que lo más inteligente era incluir algunas de las cosas nuevas que quería y dejar otras muchas que ya teníamos preparadas. Básicamente por si le daba por cambiar a modo perro otra vez.

- Edu, Isa… - empecé a decir – Sofía ha cambiado de opinión. Para nuestra suerte, ya no quiere tantos cambios. Así que lo dejo en vuestras manos, de lo que tengáis quedaos con la mitad. La otra lo que os he dicho.

Eduardo se asomó por encima de su pantalla para verme la cara, trabajábamos frente a frente.

- Esto es un cachondeo, lo sabes ¿no? – me dijo – al final no vamos a llegar. Esta mujer es peor que una veleta. Vamos a acabar mal, os lo digo desde ya.
- Bueno, y ahora ¿Qué le pasa? – Isa me miró inquieta - ¿vamos a estar todo el día así? ¿Sin saber qué hacer? ¿Ahora una cosa y después la otra?
- Creo que lo que le presentemos le parecerá bien. ¿Un pequeño esfuerzo más? – pregunté con una mueca.
- Qué remedio. Acabo lo que estaba haciendo y a la tarde te lo miras.

Isa no contestó, se fue a su mesa sin pronunciar palabra. Me culpaba de los cambios de humor de Sofía. Supongo que pensaba que tendría que tener más carácter para hacerle frente. Que tendría que imponerme. No dejar que mangonease nuestro trabajo de la manera en que lo hacía. Pero aparte de que no era capaz cuando Sofía venia en ese plan, tampoco tenía mucho interés puesto que el trabajo tampoco me hacía sentirme muy realizada. Me daba un poco lo mismo ¿Para qué luchar entonces? Y también influía el hecho de que sentía cierta simpatía por Sofía y me sabía mal por el tormento por el que le hacía pasar su carácter tan histriónico. Pero mis no-enfrentamientos con Sofía me hacían topar con la indiferencia y el reproche silencioso de Isabel.




domingo, 7 de junio de 2009

CAPITULO 2 (5/8)

Dicho esto me fui a mi mesa y me llevé las manos a la cabeza. Socorro, quería gritar, pero teniendo en cuenta a mis compañeros, decidí sufrir en silencio mi desaliento. ¿Y de dónde sacaba yo un ídolo juvenil para ya? Decidí empezar por lo fácil, es decir, cambiar los artículos que no le gustaban. Como el periodismo que ofrecíamos se podía decir que no era de lo mejor, decidí consultar algunos otros que se parecían a lo que Sofía quería. Total, hacía un montón de meses que los publicamos. La gente no se acuerda y a parte de facilitarme el trabajo, ganaba un montón de tiempo para dedicarme a buscar mi entrevistado y preparar la entrevista.
Me puse manos a la obra, concentrándome lo más posible, aunque era un poco complicado oyendo a Isa maldecir constantemente. Crucé los dedos para que ese día justamente Isa no tuviera ningún percance con el ordenador, como llevaba ocurriéndole semanas atrás cada dos por tres. Eduardo era un ser pesimista por naturaleza pero cuando estaba inmerso en el trabajo nunca se quejaba, lo cual agradecía. A mí, el trabajo que hacía estaba lejos de gustarme pero de los tres, Edu era el que más lo aborrecía. Siempre decía que se sentía como si se prostituyera. Aunque yo no lo veía de esa manera.
Cuando llevaba varias horas tecleando no pude evitar pegarme un pequeño respiro. Me conecte a Internet y cuando tuve delante de mí la página de Google, instintivamente teclee: interpretación de sueños. Yo misma me sorprendí buscando algo así, pero lo cierto era que mi sueño de esa noche aún dormía en mi subconsciente y salía a flote en cualquier momento. Me recordé comprar esa tarde algún cuaderno para anotarlo con todo lujo de detalles porque en mi latía la esperanza de volver a tener más sueños como ese y poder también escribirlos.
Por supuesto, en mi búsqueda internauta no tuve mucho éxito con mi sueño. A parte de que era algo que podría estar anidando en mi subconsciente y que éste lo reproducía en forma de sueños, nada más. Me quedé en la inopia recordando, ojala pudiera de alguna manera volver ahí. Tendría que existir alguna forma de forzar los sueños. Pero como no la había…
Pensé que a veces los sueños son el motor de nuestra vida. Siempre son sueños los que nos llevan en una dirección o en otra. O sueños imposibles que nos hacen evadirnos de nuestra simple realidad. O simplemente son sueños que nos dibujan una sonrisa.

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