martes, 28 de julio de 2009

CAPITULO 3 (3/8)

- Llegas tarde Dani! - Jessica me recibió con una enorme sonrisa, lo cual agradecía, pero inmediatamente miró extrañada a mi cabeza - ¿Qué es lo que te ha pasado? ¡¡Nunca llegas con esas pintas!! ¿Es que no te has peinado esta mañana? o ¿has tenido algún pequeño percance? - mi secretaria preferida me miró burlona, su fina ironía siempre iba por los mismos derroteros. El pequeño percance al que se refería era la pregunta a si no me habían dejado dormir en toda la noche, si alguna chica había visitado mi cama. Adoraba a la pequeña Jessica, y ella me adoraba a mí, pero a veces me resultaba pesado el que se aliará con mis amigos para hacerme la vida imposible en cuanto al tema de buscar pareja se refería. A veces me preguntaba qué era lo que había hecho yo en otra vida para merecerme esto.

- Tranquila Jessica, sigues siendo mi chica. Ya sabes, llevo esperando años a que dejes al soso de tu novio y te cases conmigo. No hay nadie que me quite el sueño, de hecho esta noche he dormido mejor que bien. - esa frase me recordó en que estaba pensando cuando tuve el percance de la bici.

- ¡¡Venga ya!! - Jessica sonrió ampliamente, siempre lo hacía, siempre estaba de buen humor - entonces tendrás que decirme a que se debe ese desaliño que traes hoy contigo.

- Jessica, de verdad.... - me acerqué un poco a ella, como si quisiera susurrarle - me estas quitando la vida, no puedo pensar en nada más - le guiñé el ojo acompañando un mirada de seductor empedernido de película y sonreí y ella me giró la cara a modo de intentar un enfado. Pero ocultaba su risa divertida, una risa a la que respondí con otra - Nos vemos luego Jessica, voy a entregar mis dibujos.

- ¿Los que ya han visto toda la editorial? ¿Los que enviaste ayer por la noche?

- Exacto, pero no es lo mismo sin que el autor de tan magnificas ilustraciones haga acto de presencia. - me alejé sonriendo, intuía que mi trabajo había gustado tanto como yo esperaba. Me sentía francamente satisfecho de los dibujos que había hecho. Piqué a la puerta del despacho donde me esperaban, y abrí la puerta en cuanto me dieron paso.

- ¡Hombreee!, ¡Daniel!, por fin te tenemos aquí. Y por primera vez desde que nos conocemos con un poco de retraso. ¿Ha ocurrido algo? o ¿hemos de suponer que también eres humano y a veces también te duermes?- mi cliente, el jefe de la sección de libros infantiles de la editorial para la que trabaja, era bastante comprensivo con según qué temas, muy diferente a otros clientes de otras editoriales que siempre gruñían por cualquier motivo. En concreto pensaba en exactamente uno, pero hoy estaba delante de Tomeu, uno de los clientes con quien más a gusto trabajaba y por supuesto con quien más gratificante me resultaba mi trabajo.
-Nada importante Tomeu, un pequeño percance con la bici, casi me atropellan por un despiste mío. - Tomeu me miró con cara de preocupación y me adelanté a su pregunta - estoy bien, no ha sido nada, apenas unos rasguños. Lo peor es el susto y el tiempo que he perdido dejando la bici en el parking y alquilando otra para venir aquí. Espero que no te importe este pequeño retraso.
- Tranquilo, mientras tú estés bien, no hay problema. De igual forma la entrega ya la hiciste ayer por la noche. Y tengo que decirte, que esta vez nos has sorprendido. Pero siéntate, siéntate, hablemos con más calma. - respondí a su petición y me senté en uno de los sillones para las visitas. Enfrente de su enorme mesa de roble, y con él sentado en un sillón de cuero negro, con reposa cabeza. - Tengo que confesar que cuando nos dijiste que querías darle un toque más moderno a los libros nos embargó una sensación de inquietud. No sabíamos a ciencia cierta si tus ideas iban a ser un tanto demasiado innovadoras para unos cuentos clásicos. Pero tus dibujos, cuando los hemos visto esta mañana a primera hora... nos han encantado. Cierto es que ya nos habías pasado los bocetos para que tuviéramos una idea de lo que pretendías, pero las expectativas las has superado con creces. Estamos muy contentos.
- Muchas gracias, realmente yo también estoy muy satisfecho con el trabajo. Cuando me propusiste ilustrar los cuentos clásicos de toda la vida, los cuentos con los que crecí me frustré un poco. Pero los releí atentamente y entonces supe que cuentos así son inmortales y de la misma forma que formaron parte de mi infancia tenía que hacer que la formaran también de las nuevas generaciones. No podíamos dejar estos cuentos en manos de la nostalgia, que fueran unos libros que solo compraran unos padres por enseñar a sus hijos que crecieron con ellos. Tenía que conseguir que esos mismos padres quisieran que sus hijos crecieran sintiendo esos libros como parte de su niñez. Y que esos niños los sintieran suyos, de su generación, no de la de sus padres. Hacerlos no solamente inmortales sino universales. - Exacto. Solo con la portada ya llamaremos la atención. Y solo hojearlos un poco ya se ve el toque de luz y color, la vitalidad que desprenden. Repito, estamos muy contentos.

sábado, 18 de julio de 2009

CAPITULO 3 (2/8)

Andaba pedaleando subido a mi bici, absorto en mis pensamientos. Tenía la certeza de que había algo almacenado dentro de mi cabeza que no salía a la luz. Intentaba encontrar el hueco de mi memoria que me condujera a aquellos recuerdos que por algún motivo aún estando ahí, no se me mostraban claros. La sensación me extrañaba puesto que nunca antes me había pasado nada parecido, había en mí la certeza de que olvidada algo importante, pero no sabía qué. Repasé mentalmente todo cuanto había hecho por la mañana y volví a pensar a donde me dirigía. Había cogido mis portaplanos, donde llevaba los dibujos que tenía que entregar. Aunque previamente los enviaba por mail y luego me presentaba en la oficina para oficializar la entrega. Me gustaba hablar de las impresiones que me habían provocado la lectura del libro o el cuento en cuestión para dibujar las ilustraciones de una u otra manera. Divagué mentalmente si había hecho el envio. Si, lo había hecho y mis dibujos estaban dentro de los tubos, los cuales los llevaba a la espalda. Había cogido mi cartera y las llaves de casa. Recordaba también mi cita de esa noche, esa cita a la que me daba una pereza increíble acudir pero que iba solo para que mis amigos me dejaran en paz. Me resultaba insoportable el hecho de que me incitaran siempre a encontrar pareja y como yo no estaba por la labor, para ese día me habían concertado una cita a ciegas. En otro tiempo tendría pánico a algo parecido, pero áquel día no era el caso. Ya pasaba bastante del tema. Iba, cumplía y ellos se callaban por un tiempo hasta que volvían a la carga. Cediendo a sus citas y presentaciones habituales conseguía cierto tiempo de respiro. El caso era que lo recordaba, esa noche tenía una de esas citas propuestas y me había preocupado hacía ya un par o tres de días de hacer la reserva en el restaurante. No muy caro claro. Había pensado también en el posible local donde iríamos después a hacer unas copas si la cosa iba más o menos bien.
De repente me vino a la cabeza el despertador de esta mañana y la rabia con que lo apagué, con más furia de la habitual. Me quedé ahí, en ese momento y de pronto vislumbré una posible causa. Soñaba. Ya en la ducha intenté recordar. Soñaba con algo agradable, y ahora podía recordar algo como una avenida amplia, unos ojos mirándome expectantes, incrédulos, sorprendidos y entregados. Ahora recordaba unos cabellos rizados, y casi podía ver un rostro. Un segundo después me sacó de mi ensimismamiento el freno precipitado de una furgoneta y los gritos de un par de señoras. En décimas de segundo mi bici se fue al suelo y yo con ella y me vi abroncado casi instantáneamente.

- ¿Pero es que no ves por dónde vas? ¡Animal! ¡¡Que te has saltado un semáforo en rojo!! Tanto carril bici y tanta ostia con que no respetemos los ciclistas y ¿qué? ¡¡Saltándonos los semáforos!! Luego tendré yo la culpa.- Dicho esto el conductor se alejó en su furgoneta dedicándome su peor cara.
- Joven, ¿se encuentra usted bien? - me preguntó una amable señora mientras intentaba incorporarme. Por suerte había caído al lado de la acera, apartándome de la circulación y por muy poco del bordillo.
- Si, si, gracias. No se preocupe. No me he hecho daño, estoy bien. -miré a mi alrededor y busqué con la mirada mi mp3 que había salido volando por los aires. Lo encontré un poco más apartado de lo que esperaba, me fui hasta él y lo recogí. Intentaría arreglarlo pero era muy posible que tuviera que comprar otro.
-¿Seguro, muchacho? ¿Le ayudo a algo? Debería ir al médico, por si acaso.
-No gracias señora. De verdad que estoy bien, ha sido más el susto que otra cosa. - recogí mi bicicleta del suelo, el manillar estaba torcido y uno de los frenos no funcionaba muy bien. Me parecía increíble la manera en que había empezado el día, ahora me parecía una nimiez mi ducha fría como el hielo y mi no desayuno.Por suerte no había recorrido mucho trozo desde que salí de casa, así que volví lo más rápido que pude hacía el parking que quedaba a 20 metros de donde vivía. Dejé mi malherida bicicleta al lado de mi coche, porque no tenía tiempo de llevarla en ese mismo momento a reparar y tampoco quería dejarla en ese estado en la calle por miedo a que la urbana decidiera retirarla. Fiel a mi vena ciclista me dirigí lo más rápido que pude a un alquiler de bicis para reincorporarme a la circulación y llegar así a la editorial que esperaba mi visita.

jueves, 9 de julio de 2009

CAPITULO 3 (1/8)

EL LUNES DE DANIEL

Odiaba el ruido del despertador. Aunque por lo general no me costaba levantarme, esa mañana me molestó más de lo normal y tuve que reprimir el impulso de cogerlo y lanzarlo contra la pared. Destrozarlo, romperlo en mil pedazos como venganza por despertarme de forma tan abrupta. Me levanté de golpe de la cama, de un salto, gracias a la inestimable ayuda del despertador. La rabia hacía esas cosas, que te levantarás con brío matutino. Lo que la rabia no conseguía era quitarme el sueño que tenía encima. Cogí una toalla y me fui directo a la ducha. Allí intentaba recordar el sueño de esa noche. Un sueño que tuvo que ser agradable porque mi mente vagaba en mi memoria en busca de él. Mi cabeza debía de estar vacía esa mañana, y además tenía tanto sueño que mi cuerpo aún no se había puesto en marcha. Me llevé una mano a la cara porque aún estaba dormido y se me cerraban los parpados, mientras que con la otra abría el grifo del agua caliente.

-¡Me cago en la puta! ¡Víctor! – grité como un energúmeno pegando un salto para salir de la ducha. El agua, lejos de estar fría, estaba helada. Y el día no era de lo más propicio para ducharse con semejante temperatura.

- Lo siento – oí a través de la puerta – creo que la caldera se ha acabado de estropear, porque yo aún me he duchado con agua templada. Me voy que llego tarde a la facu.

La última frase la oí a lo lejos, seguida de un portazo. Luego ya se había ido. Muy típico de Víctor, salir corriendo. Ya volvería, ya tendríamos unas palabrillas aunque el muy cabrón sabía perfectamente que a la tarde, ya ni me acordaría de esa mañana. Me miré al espejo y mi cara era de fastidio, esa no era manera de empezar un lunes. Pero como ya estaba desnudo en la ducha lo más rápido seria acabar con lo empezado. Así que abrí el grifo y continué con la retahíla de insultos, gritos y gruñidos mientras el agua fría resbalaba por mi cuerpo. Era un tío duro, podría aguantar sin agua caliente ni calefacción hasta que arreglaran la caldera. Y por supuesto, una de las ventajas era la incuestionable certeza de que Víctor, al dejar de disfrutar de sus duchas calientes, dejaría de ocupar mi casa para volver con nuestros padres. Es decir, que tampoco me mataría mucho a la hora de darme prisa por llamar al técnico.
Salí ahora si, totalmente despierto y con las energías a tope del lavabo. Pero cuando llegué a la cocina y vi que Víctor, mi queridísimo hermano, se había bebido todo el café y las pocas pastas que quedaban (también había que decir que eran poco apetecibles porque llevaban como 4 o 5 días pululando por la cocina y estaban más duras que el Peñón de Gibraltar), le odié por dejarme sin desayuno, aunque fuera un desayuno de esa índole, y deseé haberme quedado sin calefacción mucho antes. Como me había levantado con el tiempo justo para irme, no pude poner otra cafetera. Decidí entonces que tomaría algo por el camino o después de la entrega. Así que cogí los tubos porta planos que contenían mis dibujos para colgármelos a la espalda y bajé a la calle donde me esperaba mi bicicleta.
La sorpresa fue que no me la hubieran robado, como venía siendo habitual. Comprobé los frenos y que más o menos toda ella estuviera bien. Me puse los auriculares de mi mp3, mi gorro de lana, mis guantes y me subí a la bici. Comencé a pedalear sin prisa, noté el aire gélido en mi cara y me embargó una sensación de auténtica libertad. Disfrutaba yendo en bici, ni las caídas ni el frío ni la insistencia de todos cuantos conocía de que fuera en coche, o transporte público me lograron convencer de dejar mi bici. Convertía los recorridos en un apacible paseo. Un paseo único para mi, y me alejaba del enjambre humano, donde ir a cualquier sitio constituía una autentica pesadilla de pisotazos y codazos. Demasiada gente para mi gusto, era preferible mi paseo en soledad.

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